Una serie que nos arrastra a su río de amor, violencia y destino
La selva, la pasión y la tragedia vuelven a latir en un clásico colombiano: La Vorágine
Hay lugares que no se recorren: se sobreviven. Hay historias que no se leen: se sienten en la piel, en la respiración entrecortada y en el eco de la sangre que golpea las sienes.
La Vorágine, la obra inmortal de José Eustasio Rivera, es una de ellas. Y ahora, bajo la dirección de Luis Alberto Restrepo y la producción de CMO Producciones, llegó a HBO Max el pasado 24 de julio para arrastrarnos —como un río crecido— hacia el corazón palpitante de la selva amazónica.
No es solo una serie. Es una experiencia física, emocional y espiritual. El elenco lo sabe, porque antes que actores, fueron testigos y sobrevivientes de un rodaje que los fundió con sus personajes y con el territorio.
Juan Pablo Urrego, que encarna a Arturo Cova, no lo describe como un simple trabajo: “Para mí, la vorágine es un torbellino que me sacude y me obliga a replantearlo todo. Es una experiencia que me transforma por completo”.
Su voz, cargada de esa mezcla de vértigo y gratitud, podría ser también la del propio Cova, el hombre que se adentra en la selva siguiendo un amor y termina enfrentando el filo implacable de la naturaleza y la ambición humana.
A su lado, Viviana Serna da vida a Alicia, una mujer que abandona la comodidad para lanzarse a lo desconocido. “Es un remolino de sensaciones con una luz al final. La vorágine es oportunidad: de salir… o de hundirte”, dice.
En sus palabras hay algo de confesión y advertencia, como si hablar de Alicia fuera hablar de sí misma. La rodaron en orden cronológico: de Bogotá al corazón de la selva, hundiéndose poco a poco.
“Eso me permitió desgastarme y sumergirme con ella. Alicia representa a varias de mis antepasadas, y estar en escenarios reales me dio verdad: el calor, los mosquitos, las cicatrices… todo se volvió parte de ella”.
“La selva, un ser vivo”
Pero La Vorágine no es solo un viaje íntimo: es una historia colectiva. Nelson Camayo, narrador y conciencia de la serie como Clemente Silva, lo recuerda con reverencia: “La selva es un ser vivo. Hay que pedirle permiso y tratarla con respeto. Siento que la selva quería contar esta historia. Nos bendijo y nos acompañó”.
Habla de un momento en el que una mariposa-libélula se posó sobre la cámara, inmóvil, como un espíritu dispuesto a dejarse retratar. Es una de esas señales que parecen mínimas, pero que en la selva son todo.
Marlon Moreno, el implacable Narciso Barrera, aporta la otra cara: la del poder y la violencia que devoran a los hombres.
“La vorágine es un río revuelto. A veces claro, a veces turbio. Así es la vida y así es esta historia”. Su frase resuena como una sentencia, porque La Vorágine no endulza la selva: la muestra en toda su brutal hermosura.
En el fondo, esta es también la crónica de una herida abierta: la esclavitud del caucho y la violencia estructural en la Amazonia.
Diego Vásquez lo resume con una verdad que incomoda: “La explotación y el abuso son atemporales. La naturaleza nos lo da todo, pero la convertimos en instrumento de poder y ambición. Y la selva cobra lo que le quitamos”.
Esa vigencia hace que la serie no sea solo un ejercicio de memoria histórica, sino un espejo inquietante para las nuevas generaciones que se asomen a la obra de Rivera por primera vez.
Cada diálogo, cada plano, cada silencio entre árboles y aguas oscuras es un recordatorio de que la vorágine no está en un mapa lejano: vive en las tensiones, los abusos y las resistencias que aún atraviesan a Colombia.
Un clásico imperdible
La apuesta estética de Restrepo es inmersiva: filmar en escenarios reales, bajo lluvias inclementes, con el barro hasta las rodillas y el sonido constante de insectos y aves, para que el espectador no solo vea, sino que sienta la humedad, el calor y la amenaza. La fotografía se mueve como la selva misma: a ratos envolvente y serena, a ratos violenta e impredecible.
El resultado es una producción que no se limita a ilustrar un clásico, sino que lo respira y lo encarna. El elenco no interpreta: habita a sus personajes. Y en ese habitar, el espectador es invitado a cruzar la frontera entre ficción y vivencia.
Cuando le preguntan a Diego Vásquez por qué verla, su respuesta es más que una invitación: “Este proyecto es un homenaje a una de las piezas más importantes de nuestra literatura. No se pierdan la oportunidad de conocer, a través de Clemente Silva y todos los personajes, la historia del genocidio del caucho y lo que significa nuestra selva”.
El 24 de julio, la selva se abrió en las pantallas de HBO Max. Y quienes entren en ella descubrirán que La Vorágine no es solo una historia de amor y tragedia, ni solo una denuncia social.
Es, sobre todo, un recordatorio de que la naturaleza —y el destino— tienen su propia voz. Y que, una vez que escuchas su llamado, no hay vuelta atrás.