Agustín Agualongo: El indio que luchó contra los libertadores

Célimo Sinisterra

Durante los años de independencia de Colombia, así como de abolición de la esclavitud, hubo hombres y mujeres que se unieron a cierta causa prácticamente sin saber por qué.

Unos lucharon a favor de las tropas independentistas y otros a favor de las realistas, siendo criollos o nativos.

El caso es que, por falta de costumbre y hábitos, ellos no tenían claro qué significaba unirse a uno u otro bando.

En medio de esa incertidumbre, predominaban sus principios y tradiciones, lo que les permitía tomar cualquier decisión.

En algunos casos, criollos y autóctonos resultaban inducidos e instrumentalizados para que lucharan a favor de unas causas que, en el peor de los casos, no les favorecían en nada.

Sin embargo, muchos guerreros brillaron por su inteligencia y, sobre todo, por el coraje y habilidades en la lucha, y dieron incluso su vida sin saber por qué.

El indio Agustín Agualongo

En las montañas del sur del antiguo virreinato de la Nueva Granada, entre Popayán y Pasto, nació un hombre que el tiempo quiso borrar, pero la historia se empeña en rescatar: Agustín Agualongo, el indio que desafió a ejércitos enteros, que peleó por su tierra hasta el último suspiro y que convirtió su lanza en símbolo de dignidad.

Hijo del pueblo, nacido hacia 1780 en el seno de una familia indígena de Pasto, Agualongo no fue un criollo ilustrado ni un militar de academia.

Fue un hombre del campo, curtido por el frío y la necesidad, que aprendió a leer la tierra antes que los libros.

Y sin embargo, cuando las guerras de independencia incendiaron el sur del continente, su nombre comenzó a resonar entre los cerros con el eco de los que no se rinden.

Mientras Bolívar y sus generales soñaban con repúblicas y libertades, Agualongo miraba con desconfianza.

Para él, las nuevas banderas no significaban libertad, sino cambio de amos. En Pasto, la mayoría indígena y campesina no veía en los patriotas a libertadores, sino a conquistadores distintos con las mismas ambiciones.

Así, cuando el ejército realista buscó aliados contra los insurgentes, Agualongo se convirtió en su capitán más feroz. No luchaba por el rey tanto como por la defensa de su mundo, de su gente y de su identidad.

En 1822, tras la entrada de Bolívar a Pasto, Agualongo tomó las armas con furia. Su rebelión fue la chispa de una resistencia tenaz que duró años.

Con apenas cientos de hombres —indios, campesinos y mestizos— derrotó en varias ocasiones a los ejércitos republicanos.

Era un estratega nato, conocedor del terreno y de la voluntad indomable de su pueblo. Las montañas pastusas fueron su escudo, y la fe en su causa, su espada.

Pero la historia, escrita por los vencedores, lo tildó de “reaccionario”, “fanático”, “enemigo de la libertad”.

En realidad, Agualongo fue víctima de un conflicto que no entendía en términos de independencia, sino de supervivencia.

Defendía un orden que, aunque imperfecto, le resultaba más cercano que las promesas de igualdad que nunca llegaron al indio ni al negro.

Muerte de Agualongo

Capturado en 1824, fue condenado a muerte en Popayán. Antes de morir, se mantuvo altivo. No pidió perdón ni se arrepintió.

Sabía que su nombre sería maldito por un tiempo, especialmente por la Iglesia, pero también sabía que los suyos no lo olvidarían.

Y así fue: en el recuerdo del pueblo pastuso, Agustín Agualongo sigue siendo el héroe del sur, el hombre que peleó por su tierra hasta el final.

Hoy, dos siglos después, su figura se levanta no como símbolo de monarquía, sino como símbolo de dignidad indígena.

Agualongo representa esa voz ancestral, no solo de los pastusos sino de todo el departamento de Nariño, que nunca fue escuchada del todo.

La voz del indio que dijo “no” tanto al imperio español como al nuevo imperio republicano que lo ignoró. Su lucha, más que política, fue existencial.

Agustín Agualongo no perdió: resistió. Y en América, resistir siempre ha sido otra forma de vencer.

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jueves 16 de octubre, 2025

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