Año nuevo, orden roto: 2026 y las ruinas del poder
Para la geopolítica, el 2026 no llega como una página en blanco, sino como un terreno formado por fracturas acumuladas.
El 2025 fue el año en que el viejo orden terminó de resquebrajarse y hoy avanzamos, literalmente, sobre sus escombros.
Y en este paisaje inestable confluyen tres fuerzas decisivas: una diplomacia que abandona las doctrinas por la transacción inmediata, una economía global que opera bajo presiones estructurales difíciles de contener y un intervencionismo renovado que vuelve a mirar a nuestra región.
El primer proyectil que dinamitó el tablero fue la Deriva Geopolítica, una transformación en curso donde las grandes estrategias ceden espacio a la intuición presidencial.
Bajo lo que varios analistas denominan el “Estilo Soprano”, la política exterior de Estados Unidos se mueve a partir de amenazas, favores y negociaciones directas.
Y Europa se está quedando atrapada en el centro de esa lógica, pues necesita aumentar su gasto en defensa para gestionar la presión rusa, pero al mismo tiempo debe aplicar ajustes fiscales que alimentan el descontento social y fortalecen a las fuerzas populistas que ya disputan el poder en sus principales economías.
A esa fragilidad se suma la expansión de los Conflictos en la Zona Gris, una forma de confrontación que se despliega en los espacios menos visibles del sistema internacional.
El sabotaje submarino, la ofensiva cibernética, las provocaciones en el Ártico y la competencia en el espacio exterior conforman un entorno donde las señales se vuelven ambiguas y las escaladas pueden surgir sin un punto claro de inicio.
De esta manera, la frontera entre la guerra y la paz se erosiona, y con ella se debilita cualquier expectativa de estabilidad.
En paralelo explotó la llamada “Oportunidad China”, que no es una doctrina sino una consecuencia del repliegue estadounidense.
Es decir, mientras Washington adopta una diplomacia más transaccional e imprevisible, Pekín ofrece estabilidad mediante acuerdos en infraestructura, energía y tecnología.
Para muchos países del Sur Global —incluida América Latina— este contraste abre un giro pragmático hacia Asia. El riesgo es que el giro hacia Asia ocurra por necesidad antes que por un diseño consciente de largo plazo.
Desde el plano económico también se disparó otro proyectil: la posibilidad de una Burbuja de Inteligencia Artificial.
Durante los últimos dos años, empresas y gobiernos han invertido sumas extraordinarias en infraestructura tecnológica —centros de datos, chips especializados, modelos de gran escala— bajo la premisa de que esta revolución multiplicará la productividad global. Sin embargo, ese salto aún no se materializa y comienza a instalarse una brecha peligrosa entre la magnitud de la inversión y los beneficios reales.
Si la productividad no despega al ritmo prometido, el mercado podría reevaluar su entusiasmo y precipitar una corrección brusca, arrastrando consigo a sectores que hoy parecen invencibles.
Todo esto ocurre mientras Estados Unidos se aproxima a su aniversario 250, atrapado en una crisis de identidad que atraviesa instituciones, partidos y narrativas nacionales.
Las estructuras que antes ofrecían estabilidad funcionan ahora bajo una presión constante, la polarización política adquiere un tono más áspero y las elecciones de medio término determinarán si el país conserva un equilibrio democrático o se desliza hacia formas de poder más rígidas.
Y en ese panorama, América Latina reaparece en el radar de Washington no como un asunto periférico, sino como espacio de disputa ideológica donde habrá respaldos incondicionales a aliados afines y presiones abiertas sobre adversarios.
Entonces, ¿qué margen quedará para los países de la región?, ¿Cómo blindarse frente a una volatilidad financiera que golpea primero a los más vulnerables?, ¿Y qué implica depender de potencias cuya estabilidad interna ya no puede darse por sentada?
El próximo año, incluso con los escombros aún calientes, la región deberá resistir la tentación de seguir inercias ajenas y leer con rigor cada movimiento del tablero global.
No bastará con reaccionar; será imprescindible decidir con autonomía. Y ese ejercicio será el verdadero punto de partida para definir qué lugar queremos ocupar en el siglo que ya comenzó.