Cuando dos colosos mueven las fichas: el pulso económico entre Estados Unidos y China

Adrián Zamora

La semana en que Washington hizo pública su nueva política de seguridad, Beijing respondió, casi sin intervalo, con su documento oficial hacia América Latina.

No fue una casualidad diplomática, sino una secuencia cuidadosamente medida, dos potencias hablando al mismo tiempo para marcar el perímetro del juego.

El mensaje, más allá de los matices retóricos, es que el tablero global se ha estrechado y el margen de maniobra para terceros se reduce. Es así como la neutralidad dejó de ser una posición estable.

El marco general confirma un retorno sin ambages a la competencia entre proyectos incompatibles. Estados Unidos abraza un realismo sin adornos, donde “América Primero” ya no opera como consigna electoral, sino como doctrina de soberanía, reindustrialización y seguridad económica.

La fuerza, en este esquema, no se limita a lo militar; también se expresa en cadenas de suministro resilientes, tecnología propia y control de infraestructura crítica.

La “paz a través de la fuerza” se traduce en fábricas que regresan y dependencias que se recortan.

China responde desde otro registro, con una narrativa de cooperación y no exclusión bajo la idea de una “comunidad de futuro compartido”.

La invitación es amplia —hacer negocios sin exigir alineamientos explícitos— y, sobre el papel, resulta seductora.

Sin embargo, al aterrizar en la región, el choque es frontal porque mientras Beijing persigue contratos de largo aliento, Washington busca desplazar competidores de activos estratégicos.

Básicamente, es un juego de suma cero aplicado a puertos, telecomunicaciones y logística.

Y aquí se desarma un mito cómodo. Escuchamos con frecuencia que el mundo es multipolar, que hay muchos centros de poder; pero los analistas técnicos nos dicen que eso es un espejismo.

Según datos, la economía soviética en la Guerra Fría apenas alcanzó el 40% de la estadounidense y aun así constituyó una amenaza existencial.

Hoy, China ha superado esa capacidad con un 130%. En un orden así, las periferias se diluyen: no hay espacios irrelevantes, solo líneas de frente con distinta intensidad.

La práctica ya refleja el giro. Cuando el diálogo se empantana a nivel nacional, la diplomacia norteamericana pivota hacia lo local y aplica un realismo selectivo: incluso si un país es “descertificado” por no cumplir metas técnicas, la ayuda financiera puede mantenerse si la relación es estratégicamente vital.

Infraestructura por exclusividad; dinero por seguridad. La fórmula en Washington es clara —hacemos nuestro mejor esfuerzo—, pero deja abierta la pregunta de fondo: ¿puede Estados Unidos contrarrestar, con este esquema, el volumen de inversión que China despliega a escala global?

¿Qué implica esto para la región?, ¿Quién definirá qué es “infraestructura segura” y bajo qué criterios?, ¿Cuánto margen real existe para diversificar sin pagar costos estratégicos? ¿y estamos leyendo la letra pequeña o apenas el monto del cheque?

En el tablero actual, la autonomía total es una ilusión: la brecha entre las superpotencias impone un sistema binario, la política se descentraliza hacia “aliados efectivos” en todos los niveles y la economía se ha fusionado con la seguridad, volviendo incompatible negociar tecnología con una potencia y defensa con la otra.

Las reglas son más estrictas, la neutralidad tiene costos y detrás de cada oferta de inversión hay una estrategia de poder. Ahora, más que nunca, no podemos ser ingenuos frente a los dos colosos.

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jueves 18 de diciembre, 2025

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