El crimen que empieza en séptimo grado
Durante un foro sobre las nuevas dinámicas del crimen organizado, realizado en Cali, se presentó un estudio que debería estar en el centro del debate público. El Laboratorio de Justicia y Política Criminal aplicó una encuesta a casi 10.000 estudiantes de séptimo y octavo grado en Medellín, en colegios ubicados en zonas con alta presencia de combos, bandas y estructuras criminales.
El resultado es inquietante: la mayoría de esos jóvenes ya conocen, entienden e incluso admiran a los actores armados que controlan sus barrios. No solo los temen: los ven como opción.
El estudio identificó cuatro grandes aspiraciones juveniles: estatus, ingresos, ocupación y diversión. Y lo más revelador es que esas mismas promesas —ser alguien, ganar algo, hacer parte de algo— son exactamente las que creen que les ofrece el crimen organizado.
Aunque el estudio se hizo en Medellín, sus conclusiones son aplicables a Cali y a muchas otras ciudades con dinámicas similares: barrios fragmentados, escuelas desbordadas, familias sin tiempo, instituciones débiles y grupos delincuenciales fuertes. Allí, la escuela muchas veces no logra conectarse con los deseos de los jóvenes ni construir proyectos de vida. Y cuando el Estado no resuelve, alguien más lo hace.
El estudio detectó que cerca del 20% de los jóvenes son proclives a ingresar voluntariamente a estos grupos. La prevención se resuelve en las aulas, con docentes formados, acompañamiento psicosocial y oportunidades reales. El crimen ya aprendió a hablarles a los jóvenes. Nosotros aún estamos aprendiendo a escucharlos. Inspirados en el concepto japonés de ikigai, debemos ayudar a los jóvenes a encontrar propósito, talento, utilidad y sostenibilidad en su vida. No debemos “pagarles” por dejar la violencia hay que evitar que entren.