El día que murió la diplomacia: Doha y el nacimiento de un nuevo Medio Oriente
El 9 de septiembre de 2025, un ataque aéreo israelí sobre Doha volteó el tablero geopolítico de Medio Oriente.
El objetivo declarado eran presuntos líderes de Hamás, pero el resultado fue la demolición de un escenario donde la diplomacia aún respiraba.
Israel quiso dejar claro que ni siquiera un mediador reconocido podía ofrecer refugio a sus enemigos. El costo, sin embargo, fue que el rol de Qatar como árbitro neutral, esa pieza que durante dos décadas sostuvo hilos invisibles entre Washington y Teherán, entre Jerusalén y Gaza, quedó en el pasado.
Por más de veinte años, Doha había sido la “Suiza del Golfo”, un espacio donde las reglas de la guerra se suspendían en favor del diálogo.
Allí se negociaban treguas, liberaciones de rehenes y ayuda humanitaria vital para contener tensiones en Gaza.
Ese papel servía también a Israel y a Estados Unidos, que preferían tener a la dirigencia de Hamás localizada y accesible. Pero el bombardeo interrumpió esa lógica.
Antes del ataque, en Medio Oriente coexistían dinámicas distintas. Los Acuerdos de Abraham, impulsados desde 2020, buscaban una normalización bilateral entre Israel y varios vecinos árabes, reduciendo el peso político de la causa palestina y privilegiando cuestiones prácticas.
Paralelamente, Qatar sostenía un rol de mediador incómodo pero útil, con un multilateralismo informal. Sin embargo, el bombardeo anuló esa mediación, le devolvió centralidad al reclamo palestino y, sobre todo, catalizó la creación del Bloque de Doha.
La cumbre del 15 de septiembre es reflejo de esa transformación. Sesenta países con trayectorias diversas interpretaron la agresión como afrenta colectiva.
No fue un trámite diplomático más, sino el inicio de un bloque reactivo, articulado no por intereses económicos, sino por la vulnerabilidad compartida.
En un giro irónico, el ataque destinado a fragmentar terminó alentando una convergencia inesperada.
Este reacomodo expuso además la fragilidad del paraguas estadounidense. Si Washington no pudo impedir que Israel atacara la capital de un socio estratégico que alberga su mayor base militar en la región, ¿qué credibilidad conserva su garantía de seguridad?.
La respuesta de Washington osciló entre advertir que el ataque “no beneficia a nadie” y reafirmar su compromiso con la seguridad.
Para la Casa Blanca fue un intento de balancear intereses; para varios actores árabes, en cambio, la señal fue de incertidumbre sobre la solidez de esa garantía.
¿Hasta dónde puede sobrevivir la diplomacia cuando se militarizan los espacios del diálogo? ¿Cuánto resistirán los equilibrios regionales si Estados Unidos se muestra incapaz de contener a su propio aliado? ¿Estamos presenciando el inicio de una “OTAN árabe” o solo un reflejo momentáneo de indignación?
Lo cierto es que el ataque a Doha fue el punto de inflexión que enterró dos décadas de intermediación y abrió un ciclo de alianzas defensivas.
En adelante, Medio Oriente se moverá menos por la promesa de paz y más por la urgencia de blindaje. La diplomacia murió un día de septiembre, pero lo que nazca de sus cenizas marcará la década por venir.