El poder en órbita: El espacio como campo geopolítico

Adrián Zamora

El 20 de mayo de 2025, Donald Trump anunció al mundo su proyecto más ambicioso: la Cúpula Dorada, un sistema de defensa antimisiles que promete blindar a Estados Unidos desde el espacio.

Inspirado en la Cúpula de Hierro israelí, pero proyectado a una escala sin precedentes, el sistema combinaría satélites, interceptores espaciales, plataformas marítimas y láseres de energía dirigida.

El objetivo: neutralizar cualquier amenaza aérea antes de que toque suelo norteamericano.

Pero esta no es una simple evolución tecnológica; es un giro estratégico con implicaciones globales.

Por primera vez, una potencia pretende desplegar armas activas en el espacio ultraterrestre, desafiando los consensos internacionales que, desde 1967, han tratado de preservar el espacio como un entorno de uso exclusivamente pacífico.

China reaccionó con dureza, acusando a Estados Unidos de buscar una “seguridad absoluta” a costa del equilibrio global. Rusia, aunque más prudente en el tono, comparte la preocupación.

Ambas potencias ya han advertido que la militarización del espacio podría detonar una nueva carrera armamentística.

Y no es una amenaza vacía: los satélites, la infraestructura orbital y los sistemas de navegación global son hoy nodos críticos del poder contemporáneo.

Este nuevo escenario multiplica los riesgos. Tecnológicamente, ninguna red es infalible, por lo que un error en la detección o un fallo técnico podría activar respuestas desproporcionadas.

Por otro lado, aunque el Tratado del Espacio prohíbe las armas nucleares en órbita, es ambiguo sobre otras tecnologías.

La Cúpula Dorada explotaría ese vacío legal, debilitando aún más la gobernanza multilateral.

Y al colocar armas en el espacio, Estados Unidos convierte el entorno orbital en un campo de batalla potencial, obligando a sus rivales a responder.

La pregunta es: ¿Qué seguridad se construye cuando todos se arman? La historia muestra que la superioridad técnica rara vez garantiza estabilidad. Más bien, acelera la competencia porque quedarse atrás no está en los planes de ninguna potencia.

Para América Latina, este conflicto no es ajeno. Si el espacio se convierte en un escenario militarizado, el acceso a tecnologías críticas —como los satélites de observación, navegación y comunicaciones— podría restringirse o volverse más costoso.

Además, la erosión del derecho internacional debilita el único escudo real que tienen las potencias medias y pequeñas: las reglas compartidas.

La Cúpula Dorada es una señal de los tiempos: el poder está buscando nuevas alturas, literalmente. Y ante ello, urge una arquitectura global que impida que el cielo se convierta en el próximo campo de batalla.

La seguridad del siglo XXI no se medirá solo en misiles interceptados, sino en la capacidad de preservar bienes comunes como el espacio, el ciberespacio y el clima.

Defenderlos es una tarea de inteligencia estratégica, no de supremacía tecnológica.

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jueves 22 de mayo, 2025

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