El Valle del Cauca debe convertirse en el hub logístico de Colombia
Colombia lleva décadas hablando de competitividad, pero pocas regiones tienen la capacidad real de convertirse en el corazón logístico del país.
El Valle del Cauca sí. Y no por simple entusiasmo regionalista, sino por razones geoeconómicas evidentes, es la única región con acceso inmediato al Pacífico, cuenta con un aeropuerto internacional estratégico, una red de zonas francas de clase mundial y una posición privilegiada que conecta al país con las principales rutas comerciales de América y Asia.
Sin embargo, la realidad es clara, el Valle aún no ha decidido convertirse en el hub logístico que necesita Colombia.
Ese debe ser el próximo gran proyecto regional. Y para lograrlo, el Valle debe hacer mucho más que administrar la infraestructura existente, debe transformarla.
El futuro logístico del Valle comienza por su aeropuerto. El Alfonso Bonilla Aragón pasó de ser una terminal para pasajeros a convertirse —casi por inercia— en un punto de carga relevante, pero su infraestructura ya está por debajo de la demanda regional.
Ampliar la terminal de carga, desarrollar un aeropuerto especializado en operaciones logísticas y conectarlo directamente con los centros de distribución del norte de Cali y con las zonas francas de Palmira no es una opción, es una necesidad.
El aeropuerto debe dejar de ser un punto de tránsito y convertirse en un verdadero nodo logístico aéreo al servicio de la región.
A la par, es urgente modernizar a fondo el Puerto de Buenaventura. El puerto mueve más del 40% del comercio exterior del país, pero opera con limitaciones que comprometen la competitividad nacional.
Actualizar su infraestructura, acelerar los dragados y garantizar un calado competitivo, reducir tiempos y trámites, e integrarlo a un ecosistema de carga multimodal son tareas impostergables.
Sin un Buenaventura fuerte, el Valle no puede aspirar a convertirse en un hub logístico; con un Buenaventura modernizado, Colombia tendría una plataforma estratégica para insertarse en las cadenas globales del comercio.
Pero la logística no existe sin conectividad real. El Valle no puede seguir dependiendo de una única carretera colapsada.
La conexión férrea entre el Tren de Cercanías Cali–Jamundí–Palmira–Yumbo y Buenaventura debe asumirse como un propósito irrenunciable, ampliando su función más allá del transporte de pasajeros para permitir una salida eficiente de carga hacia el Pacífico.
La vía Mulaló–Loboguerrero —que lleva años de retrasos— debe ser tratada como infraestructura estratégica y no como una obra más.
Y todos los corredores logísticos deben articularse con zonas francas, plataformas de carga y áreas industriales, creando una red multimodal del siglo XXI.
El Valle cuenta, además, con uno de los ecosistemas más robustos de zonas francas del país: Palmaseca, la Zona Franca del Pacífico, CELPA, Zonamérica y el Centro Logístico Industrial del Pacífico (CLIP).
El reto no es sumar nuevas áreas, sino integrarlas bajo un modelo regional que conecte tren, carretera, aeropuerto y puerto, con un sistema digital unificado que permita trazabilidad total.
Las zonas francas deben operar como nodos activos de un sistema, no como islas desconectadas.
El crecimiento de la demanda logística exige también nuevas áreas de desarrollo. El norte de Cali, y los corredores hacia Palmira y Yumbo, deben convertirse en polígonos estratégicos con bodegas de alta capacidad, centros de distribución automatizados y plataformas logísticas conectadas al aeropuerto y al puerto.
Esta expansión no es un lujo, es la única forma de absorber el crecimiento económico de los próximos 20 años.
Sin embargo, nada de esto funcionará si no se aborda el verdadero cuello de botella de Colombia: la institucionalidad.
La simplificación radical del aparato aduanero es indispensable. Digitalizar todos los procesos, reducir tiempos de inspección, implementar ventanillas únicas reales y facilitar el movimiento de carga son medidas más urgentes que cualquier obra física.
Los países que hoy son hubs logísticos —Singapur, Dubái, Países Bajos—lo lograron porque cuentan con Estados capaces de acompañar al sector privado, no de frenarlo.
Para avanzar con visión, el Valle necesita un plan maestro logístico a 20 o 30 años, serio, técnico, ambicioso y blindado de la politiquería.
Un plan que articule aeropuerto, puerto, zonas francas, vías estratégicas, conectividad férrea, innovación tecnológica, incentivos tributarios y desarrollo industrial. Pensar a corto plazo es condenar el enorme potencial del Valle; planear a 30 años es permitir que se convierta en el motor logístico que Colombia nunca ha logrado construir.
Y si de futuro se trata, la región debe adoptar estándares globales, automatización en puertos y aeropuertos, blockchain para trazabilidad, sistemas de carga en tiempo real, plataformas integradas entre operadores y autoridades, digitalización total del transporte y la distribución.
La logística del futuro será tecnológica o, simplemente, no será.
Las regiones del mundo que se convirtieron en hubs logísticos —Singapur, Dubái, Róterdam, Hong Kong—lo hicieron por visión y disciplina.
No improvisaron, no fragmentaron sus esfuerzos y no compitieron entre sí: se integraron.
La ventana de oportunidad existe. Lo que está en juego no es un proyecto de infraestructura, sino el futuro económico de toda una región.
El Valle del Cauca debe pensarse en grande. Y actuar en grande.