El verdadero bloqueo
En medio de tantos temas que exigen soluciones urgentes, el presidente Petro nos tiene, otra vez, hablando de una Asamblea Constituyente.
Algo que juró “en mármol” no convocar, pero que resucita cada vez que las cosas no salen como él quiere o cuando atraviesa una crisis. Su excusa de siempre es el famoso “bloqueo institucional”.
Cuando Petro habla de “bloqueo institucional”, señala al Congreso, a la Corte Constitucional, a los medios de comunicación, a los ciudadanos que le exigen resultados e, incluso, a sus propios funcionarios cuando toman decisiones técnicas.
En su discurso, cualquier control o desacuerdo se convierte en obstáculo. Si el Congreso no aprueba sus reformas, si un fallo judicial tumba un decreto o si la realidad contradice su narrativa, entonces es porque “lo bloquean”.
Para él, los contrapesos y la oposición —que toda democracia necesita— son un obstáculo. Todo es fruto de una conspiración.
Y, ante ello, recurre a chantajear con sacar al pueblo a la calle, con consultas populares o, más recientemente, con la idea de una Constituyente.
Ese libreto se repite cada vez que no hay resultados. Y ahora, en medio de la crisis diplomática con Estados Unidos por sus declaraciones sobre Donald Trump, la idea de una Constituyente reaparece —porque un fallo a favor del expresidente Uribe no le gustó— como una conveniente cortina de humo.
Todo esto lo utiliza para cambiar la conversación y distraer la atención del verdadero problema: la falta de gestión.
Porque mientras el presidente libra batallas simbólicas —constituyentes, consultas, discursos desde balcones o megáfonos en otros países—, el país enfrenta bloqueos mucho más reales: los que paralizan las vías, las obras y el desarrollo.
En las carreteras, el bloqueo no es metafórico. Es literal. Según Colfecar, en 2024 hubo 786 bloqueos y, solo entre enero y septiembre de 2025, más de 700 interrupciones en las vías nacionales.
Eso equivale a 10.930 horas de afectación, o lo que es lo mismo: 455 días de productividad perdidos. En el suroccidente, el impacto es aún más grave.
La Vía Panamericana y la carretera hacia Buenaventura, arterias esenciales para el comercio exterior, han sufrido más de 60 bloqueos este año.
Estos no son datos de un capítulo aislado: son la radiografía de un país que se detiene por la falta de movilidad, por la interrupción del flujo de bienes, personas y servicios.
Cada cierre significa personas reales afectadas.Detrás de cada vehículo de carga o de pasajeros hay historias humanas: el conductor que pasa días durmiendo en su cabina sin poder regresar a casa; los pequeños restaurantes que dejan de vender almuerzos a los transportadores; el hotel familiar que se queda sin huéspedes; las comunidades del Pacífico que ven cómo se cancelan los tours de turismo comunitario.
Hay historias que duelen, como la del menor que perdió la vida porque una ambulancia no pudo pasar un bloqueo para llegar a una clínica, o la del exportador que decidió enviar su carga por el Caribe, cansado de la incertidumbre.
Esta última situación es cada vez más frecuente, y con ella se pierden carga, ingresos y empleos en Buenaventura.
Las comunidades que bloquean las vías lo hacen, muchas veces, por incumplimientos del Estado. Y sus reclamos pueden ser legítimos.
Pero terminan afectando a los mismos territorios que buscan visibilizar. Bloquear una vía es bloquear la salud, el trabajo, la educación y la esperanza de miles de familias.
Desbloquear al país es una urgencia nacional. Porque mientras el Gobierno centra el debate en una Constituyente, hay vidas que se pierden, empleos que se destruyen y regiones que pierden competitividad.
Pero los bloqueos no solo ocurren en las carreteras. También están en los escritorios. En el Valle del Cauca, el verdadero “bloqueo institucional” es la parálisis de los proyectos estratégicos.
Durante la última década, el departamento ha recibido apenas el 3 % de la inversión nacional en infraestructura, a pesar de ser una de las regiones que más aporta al PIB y al comercio exterior.
Proyectos como la modernización del aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón, el Tren de Cercanías o Mulaló–Loboguerrero siguen atrapados en trámites, decisiones aplazadas o falta de voluntad política.
Cada día de retraso se traduce en menos empleo, menos competitividad y más desigualdad.
El verdadero bloqueo está en la incapacidad de ejecutar, en la desconexión entre el Estado y los territorios, en la pérdida de confianza entre las comunidades y las instituciones.
Desbloquear a Colombia no requiere cambiar la Constitución ni cerrar el Congreso, como algunos sugieren.
Requiere cambiar la forma de gobernar: gestionar, coordinar, cumplir. Escuchar y actuar, no distraer y dividir.
El verdadero bloqueo al desarrollo está en las carreteras que no se pueden transitar, en los proyectos que no arrancan y en la vida cotidiana de millones de colombianos que solo quieren avanzar.
@edwihmaldonado