El viejo y la mar
Hay libros que vale la pena leer más de una vez. A raíz del reciente fallecimiento de mi tío Ernesto, ocurrido en una cabaña junto al mar, me reencontré con la obra de Ernest Hemingway, El viejo y el mar.
Al hacerlo, descubrí que el nombre del autor sería la primera de muchas coincidencias. Leí este libro cuando era niño, y entonces me pareció insulso.
Hace días lo retomé, y como nos advirtió Heráclito: “nadie se baña en el mismo río dos veces” … ¡La obra del Nobel de Literatura esta vez me resultó sublime!
La historia narra las aventuras de un viejo pescador que se adentra solo en la mar. Hago un paréntesis aquí: el artículo “la” es crucial, porque, como el mismo Hemingway sugiere, revela la naturaleza femenina del mar: misteriosa, caprichosa e impredecible.
Sigo con la historia: el viejo, se aleja del puerto de La Habana en Cuba, y logra atrapar un enorme pez, un marlín de proporciones descomunales.
La lucha para capturarlo dura tres días y tres noches, cargadas de desafíos físicos, emocionales y espirituales. Esta batalla es una majestuosa metáfora de lo que significa construir una empresa, una familia o incluso forjar un nombre. Pero, como suele suceder, los tiburones oportunistas aparecieron.
El viejo luchó con todas sus fuerzas contra los depredadores, pero estos lo despojaron de su valiosa presa. “Un hombre puede ser derrotado, pero no destruido”, les gritó a los rapaces escualos.
Finalmente, el bote del viejo llegó a La Habana, arrastrando un inmenso esqueleto que despertó la admiración de todos. Y tras titánica hazaña, agotado, muere solo en su cabaña junto al mar.