La alborada, el frío y los que tiemblan
De niño solo veía quemar pólvora el 24 y el 31 de diciembre. El hábito de quemarla el día primero es nuevo… Tal vez —pensé— llegamos tarde los caleños a una tradición milenaria.
Pero no: investigando confirmé que la Alborada, como le llaman a la quema de pólvora al amanecer del primero de diciembre, nace en Medellín en el año 2003 con la desmovilización del bloque Cacique Nutibara, y no precisamente de villancicos y velitas.
Fue tal el estruendo que la práctica se volvió costumbre año tras año, y luego una tradición que terminó deambulando por todo el país como feria de pueblo.
Hoy la alborada es una mezcla rara de lo festivo, lo ruidoso, lo popular y lo contradictorio: un ritual urbano para inaugurar diciembre.
Cali, por supuesto, no podía ser la excepción. Y este año, además, nos regaló frío. No un frío metafórico, sino uno literal, producto de lo que los científicos llaman “aerosol higroscópico”, un coctel de partículas suspendidas que alteró la dinámica de nuestro aire.
Pero la alborada también tiene un lado oscuro: los animalitos. Para muchos perros —y para sus humanos adoptivos— la noche del 30 de noviembre es una pesadilla.
Por fortuna, mi perrita Ramona es indiferente a la pólvora, del mismo modo que lo es ante los posibles ladrones a quienes les bate su cola.
Pero eso no me quita empatía ni solidaridad con los amantes de mascotas que viven una noche terrible.
Así es la vida en sociedad: hay costumbres que unos veneran y otros rechazan; Colombia está llena de tradiciones que caminan con dos caras, y esta es una de ellas.