LA CATASTRÓFICA PÉRDIDA DE LA RURALIDAD EN CALI
En un artículo anterior, me referí brevemente al problema de la perdida de zona rural hacia el oriente, que viene experimentado sin tregua la ciudad de Cali.
Este fenómeno, común en muchas ciudades del planeta, no solo resulta preocupante, sino que también plantea grandes desafíos para el desarrollo sostenible y la calidad de vida de los ciudadanos.
El caso de nuestra ciudad es único, pues, ¡bienaventurados somos! Casi la mitad de nuestro municipio está en zona de Reserva Forestal Protectora Nacional y en el Parque Natural Nacional Farallones.
No obstante, el primero ha sido vulnerado por construcciones ilegales, mientras que el segundo ha sido atacado por la minería ilegal.
A pesar de esto, ambos se defienden, no tanto por el cumplimiento de normas sin dientes, sino por “la indomable naturaleza de su escarpa, que se resiste valientemente a la devastación humana ”.
En un mundo donde la urbanización crece sin cesar, preservar y potenciar las zonas rurales de las grandes ciudades es una labor sagrada.
Los servicios ecosistémicos que provee la zona rural al núcleo urbano son irreemplazables: protegen la biodiversidad, ofrecen alimentos frescos y asequibles, disminuyen la huella de carbono, mejoran la calidad del aire, regulan el clima, potencian la resiliencia frente a desastres naturales, absorben CO2 y a liberan oxígeno.
Además, brindan espacio para actividades recreativas y deportivas que reconfortan tanto el cuerpo como el espíritu.
El poeta estadunidense Henry Wadsworth Longfellow lo resumió en una bella frase: “el campo es lírico, la ciudad dramática; cuando se mezclan, hacen la melodía perfecta”.
La expansión urbana descontrolada tiene consecuencias catastróficas: la pérdida del sector rural, la degradación del medio ambiente, el caos en el transporte y la disminución de la calidad de vida.
Una ciudad que asfixia su zona rural, se convierte rápida e inexorablemente en un mal vividero.
Pero, ¿cómo estamos nosotros con una ruralidad prácticamente invisible? De Cali a Yumbo ya no hay zona rural en la zona plana.
Ya están construidas La Buitrera, Cencar, la zona industrial y Arroyohondo en Yumbo; todo Chipichape, Acopi y Menga, en Cali.
En el territorio que nos conecta con Palmira, en la recta, Cali ha agotado su zona rural.
Cali se ha extendido más hacia Palmira que Palmira hacia Cali.
Desde la construcción de la vía férrea, nuestra ciudad ya tiene cinco kilómetros construidos a lo largo de esta, mientras que Palmira solo se ha acercado 0,7 kilómetros.
Además, desde Caucaseco hasta el Centro Comercial Llano Grande, la zona rural está sembrada de caña de azúcar, ofreciendo así servicios ecosistémicos limitados.
Cali se estrelló hace muchos años contra el jarillón del río Cauca, y solo faltan escasos dos kilómetros y medio para que las dos ciudades se den un frio beso de cemento y acero, por los lados de la autopista.
Por la avenida Cañas Gordas, apenas cuatro kilómetros separan las dos ciudades.
De suceder esto, se cerraría la comunicación de la biodiversidad entre la cordillera y el río Cauca en una distancia de más de 40 kilómetros lineales, desde Yumbo hasta Jamundí.
Puerto Tejada está, hoy en día, a solo diez kilómetros del sur de Cali, es decir, más cerca que Palmira.
Todo indica que hacia allá se puede dirigir la descontrolada expansión. Por último, Jamundí se expande como verdolaga y se sube aventureramente por la cordillera occidental.
Por lo tanto, invito a todos los ciudadanos a unirnos en esta lucha por preservar nuestra ruralidad y biodiversidad.
La época oportuna es esta, ya que el alcalde Alejandro Eder, con sano rigor, se declaró impedido, por vínculos familiares, para conocer de cualquier asunto respecto al Plan de Ordenamiento Territorial (POT).
Ante esa circunstancia, el ministerio del Interior designó a Andrés Orlando Peña Andrade, asesor del ministerio, como alcalde ad hoc para liderar la actualización del POT, el instrumento de planeación que debe echarnos una mano para salvar la zona rural de Cali y de la región.
Las áreas metropolitanas, con los cambios introducidos por la ley 1625 de 2013, no son malas en sí mismas, como se ha pretendido decir.
Planificar en conjunto es imprescindible. Dependen de lo que se propongan: si son para construir y copar todo el territorio, serán maléficas para las mayorías y festines para los constructores; pero si buscan un sano equilibrio y la protección del medio ambiente y la zona rural, proporcionarán entornos más saludables y habitables.
Dado que el Área Metropolitana del Suroccidente de Colombia (AMSO) fue conformada por votación popular, e incluye a Cali, Jamundí y Puerto Tejada, es lógico que el nuevo POT deba ser conjunto y coordinado para todos estos municipios.
Es claro que el nuevo POT, bajo la responsabilidad del doctor Peña Andrade y las autoridades de los otros dos municipios, debe establecer normatividad precisa que revierta el modelo expansivo: la redensificación urbana, que implica el uso más eficiente del suelo y la revitalización de áreas ya desarrolladas; que procure integrar deliciosamente el campo a la ciudad mediante la creación de bosques urbanos que conecten nuestros numerosos parques, para que el desarrollo y la naturaleza coexistan en armonía.
También es esencial la construcción de un cinturón o corredor de protección ecológica, que evite la fusión urbana entre Cali, Jamundí y Puerto Tejada, mediante la compra de terrenos por parte de las autoridades metropolitanas, convenios de conservación con incentivos fiscales y/o normativas y regulaciones que restrinjan el desarrollo.
En definitiva, el futuro de nuestra amada ciudad puede ser verde y próspero si tomamos decisiones conscientes y estratégicas hoy.
Tenemos la obligación moral de ser un ejemplo para el mundo en biodiversidad, por haber sido la sede de la COP16.
El artículo 79 de la Constitución nacional lo ordena: “todas las personas tienen derecho a gozar de un ambiente sano”.
Además, como lo escribió la novelista estadunidense Laura Ingalls Wilder: “Algunas cosas anticuadas como el aire fresco y el sol son difíciles de superar”.