La cultura: tan necesaria, pero tan llevada a lo light
Siempre ha existido el debate entre cultura y entretenimiento. Vargas Llosa divagó, ampliamente, con sustento riguroso en su libro: “La civilización del espectáculo”, qué es una cosa y qué es la otra; siendo “cosa” un término comodín para esta columna de opinión. La cultura no es una cosa.
Muchos distraídos, otros neófitos, consideran que la cultura es aburrida, solo para viejos, sabios, académicos o desocupados que pueden dedicarse horas enteras a leer, a contemplar una obra de arte, a escuchar y estudiar los movimientos de una sinfonía, a examinar una pintura, sus detalles, su estilo, su autor.
Otros, estiman que la cultura es entretenimiento. Es decir, que solo las luces, la bulla, la pólvora, la fanfarria (que tanto le gustaba a Hydn), lo bacanal es parte de la cultura.
Otros, bastante perdidos, estiman que la cultura popular es lo válido. Una cosa es el Popart y otra es lo popular, que, si bien tiene mucha sustancia, no lo es todo.
Lo han afirmado en espacios serios, incluso institucionales, solo por acompasarse con un estilo de pensamiento político.
Podría decirse que la cultura es todo. La forma de hacer el sancocho, de vestirse una sociedad, de enterrar a sus muertos, de hacer ceremonias a ciertos actos, de hablar, en fin.
Pero quiero enfatizar en que hay diferencias entre lo cultural y lo espectacular, dado que permanentemente se confunden y prima lo segundo sobre lo primero. Aquí se busca siempre la bulla frente a un espacio de reflexión.
Se busca lo fácil, lo sencillo para resaltar, versus la dedicación y el esfuerzo individual o grupal del artista, que se ve como un ser aislado y se margina.
Lo peor. Se prefiere la producción de eventos, la algarabía, el show, creyendo que es cultura. No hay un trabajo de fondo, de largo aliento, que dé los frutos esperados en mediano o largo plazo. No. Aquí se quiere todo ya, inmediato, y si es con asistencia masiva, mejor.
Por eso aplaudo la bienal de arte de Bogotá y Medellín que acaban de pasar y que subrayan que son encuentros cargados de arte, de cultura, de saber; en metrópolis, que exhiben el resultado de artistas internacionales y nuestros. Cali merece una bienal de arte similar a las ya mencionadas.
También aplaudo la bienal de danza que acaba de iniciar su séptima versión, con 500 bailarines e invitados internacionales.
El festival de música de cámara que se hace cada año, o las apuestas de galerías de arte como Kolectiva o Yenny Vilá, entre otras, merecen especial relevancia.
Cali debe asumir su rol cultural como distrito especial. No con ello se desconoce la fortaleza de lo afro en festivales patrimoniales como el Petronio.
O el de salsa, que es patrimonio inmaterial de la Nación. O el recién creado festival de música clásica en Semana Santa, pero aún así, estimo que nos falta. Tenemos mucho más para dar.
PD. Duele la partida del maestro Cedeño. Me lo encontraba, de cuando en vez, en algunos sitios de la ciudad, donde compartíamos algunas copas.