La papeleta del camorrero
El presidente Petro, en ejercicio de su fascinante oficio de camorrero, siguió llevando la iniciativa y un día tras otro puso a los colombianos a discutir sobre sus propuestas o a enardecerse con sus actuaciones.
Primero lanzó la idea de repetir la papeleta con la que se abrió paso la Constituyente del 91, trozando la Carta de 1886 que había cerrado toda posibilidad de renovar por la via electoral la estructura política del país.
Dos días después reunió a los más connotados jefes de las bandolas que han azotado a Medellín, los sacó de la cárcel y los montó en un buseta y, con las debidas precauciones los trepó a la tarima principal de su manifestación alaracosa en favor de la Paz Total.
Todavía se retuerce la casta aristocrática paisa y se dan golpes de pecho los enemigos del atrevimiento gubernamental que el antiguo guerrillero del M 19 le ha impuesto al país.
Con la papeleta taca burro y le puede pasar lo mismo que con el decretazo asustador de la consulta popular. Con subir a su lado a los más duros bandidos de la capital paisa para darles trato de interlocutores, parecería que está jugando con candela y que bien puede haber precipitado la llamarada que alentará vertiginosamente el movimiento independentista de Antioquia.
Con la papeleta ha jugado a la acepción más antigua del nombre cuando los colombianos votábamos sin la ayuda de los computadores y depositábamos en la urna nuestro voto impreso en una boleta, no marcando con una X, como ahora.
Pero, a su vez, nos ha recordado a muchos compatriotas que papeleta también se llamaba en muchas partes de Colombia a unos triangulitos cargados de pólvora negra y con una pequeña mechita que se prendía para que en segundos estallara ruidosamente.
Quizás Petro quería anacrónicamente significarnos el estallido que quiere dar. Pero con los arreboles energúmenos conque redondeó su faena de torero suicida trepándose a la tarima de Medellín con los bandidos, se adelantó a volver mierda este país.