La violencia política y la misoginia: heridas abiertas que pocos reconocen
En Colombia, las mujeres que decidimos participar en política cargamos con un doble desafío: servir a las comunidades y sobrevivir al ataque sistemático de estigmas, insultos, campañas de desprestigio y agresiones que no se dirigen a las ideas, sino a nuestra condición de mujeres.
Es una violencia silenciosa que no deja moretones en la piel, pero sí cicatrices en la dignidad: a las mujeres nos miden con un doble rasero: el de ser mujeres, y el de ser políticas, y solo por ser mujeres, hay quienes se atreven a descalificar nuestra labor. Y lo peor, es algo que se ha normalizado silenciosamente.
En las últimas semanas lo hemos visto con claridad: los ataques misóginos y profundamente irrespetuosos contra la Gobernadora del Valle del Cauca, Dilian Francisca Toro, no solo han intentado menoscabar su liderazgo, sino que han evidenciado cuánto falta para erradicar los sesgos de género que persisten en nuestra democracia.
Ataques que no cuestionan decisiones administrativas, sino que buscan degradar a una mujer por atreverse a gobernar con firmeza, cercanía y resultados.
Por eso fue tan significativo el foro “Mujeres que Deciden: Liderazgo en Tiempos de Cambio”, realizado recientemente en Cali, donde lideresas de todo el país se reunieron para decir: no más misoginia, no más violencia política contra las mujeres.
Allí, desde distintas voces, quedó claro que este no es un ataque aislado, sino parte de un patrón estructural:
“También hemos sido víctimas de misoginia y seguiremos conquistando el corazón de cada colombiano”, dijo con valentía, Surany Arboleda, concejala de Caucasia.
“No más violencia política, no más misoginia. Las mujeres estamos preparadas para participar, decidir y liderar”, afirmó Gloria Emilce Rodríguez Meneses, de la Unión de Ciudadanas de Colombia.
Y desde el Congreso, la Representante Marelen Castillo lanzó una pregunta que estremeció al auditorio: “¿Hasta cuándo van a hacer política atacando a una mujer?”
Es muy difícil encontrar a una mujer en la política, a la que no la hayan atacado por combinar su condición de mujer, con su propósito de ser política.
Desde la vicepresidenta Francia Márquez, la anterior, Martha Lucía Ramírez, las primeras damas de la nación, las senadoras, las alcaldesas, las gobernadoras.
Cuando faltan los argumentos, nos descalifican por tener carácter, por cómo nos vemos o nos vestimos, por cómo es nuestra relación de parejas, por nuestra orientación sexual, o simplemente, por la visión que proponemos.
Incluso, se evidenció que algunos de estos ataques vulneran la Ley 2453 de 2025, que protege a las mujeres frente a actos de hostigamiento político por razones de género.
Ese día Cali fue testigo de algo poderoso: las mujeres colombianas están cansadas, sí, pero también están más juntas que nunca.
25 de noviembre: entre la memoria y la acción
El 25 de noviembre no puede ser un ritual vacío. Visibilizar la violencia implica hablar de ella en lo cotidiano, en los hogares, en las instituciones y, por supuesto, en la política. Porque cuando el silencio se convierte en cómplice, el agresor gana terreno.
Aún hay quienes creen que la lucha contra la violencia es solo “asunto de mujeres”. No lo es. Cuando una mujer es violentada, se fractura el tejido social completo: hijos, familias, comunidades y territorios.
Este 25 de noviembre, cuando el mundo conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, quiero hablarles especialmente a las mujeres que trabajan en política: Su presencia en los espacios de decisión no es un favor ni una excepción. Es un derecho.
Un derecho ganado a pulso, entre puertas cerradas, obstáculos, prejuicios y un sistema que ha intentado frenar su avance una y otra vez.
El verdadero liderazgo femenino —el que construye, el que abraza, el que escucha, el que transforma— no le teme a los ataques. Los enfrenta con dignidad, porque sabe que abrir camino no es fácil, pero sí necesario.
La verdadera conquista no es ocupar un cargo, sino cambiar las condiciones para que otras también puedan llegar.
Yo me siento muy orgullosa cada que veo que una mujer llega a un cargo que antes era dominado sólo por hombres, y no porque se trate de una competencia, sino porque significa abrir la puerta a que otras mujeres se inspiren y quieran llegar.
Debemos llegar a una Colombia sin violencia, que no normalice la misoginia disfrazada de crítica política, que no guarde silencio ante la injusticia. Un país donde se defienda la vida, la equidad y la paz como pilares de una nueva forma de hacer política.
Como escribió alguna vez Rigoberta Menchú: “La paz no es solamente la ausencia de guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión, difícilmente podremos alcanzar un mundo de paz.”
Esta conmemoración de nuestra lucha contra la violencia de género y la misoginia, nos debe unir a las mujeres en torno al rechazo a estas prácticas en la política.
Porque las mujeres no avanzamos para caminar solas, sino para que el país entero avance con nosotras.