Lo que nos enseñan los malos momentos

Jaime Alberto Leal Afanador - Rector UNAD

Todos, sin excepción, hemos tenido desgracias, tristezas y momentos desafortunados en la vida. Incluso los más ricos, los más poderosos, los más exitosos y aquellos de quienes se dice que nacieron con estrella.

Es cierto que unos han recibido más accidentes, infortunios, desaciertos y golpes más bajos que otros, pero el dolor, la tragedia, las pérdidas, y los momentos de desazón son parte de la vida misma, de todos.

Y eso pasa precisamente porque somos humanos. Porque nuestra naturaleza es imperfecta, pero perfectible (se puede mejorar).

Porque desconocemos muchas cosas, cometemos errores, imprudencias y tenemos limitaciones físicas y mentales, y porque así como existe la maldad en algunos, también está la suerte o la lamentable coincidencia de acontecimientos (como estar en un lugar, el día y la hora equivocada en que se genera una tragedia).

Pero no es que el destino, como piensan algunos, esté ensañado con ciertas personas o que, sencillamente, ellas no nacieron para triunfar y disfrutar la vida.

Asumir ese pensamiento nos llevaría a un fatal determinismo y a una peligrosa resignación según la cual no valdría la pena ningún esfuerzo, estudio, rezo, ejercicio, compromiso, voluntad, trabajo en equipo, disciplina o constancia, porque nada tendría sentido, y eso es precisamente todo lo contrario a la vida misma, que es la expresión del esfuerzo por aprender y superarse a sí mismo, por convivir, por amar, por luchar y por dar sentido a la propia humanidad.

Si nos entregamos al destino, permitimos que sean otros los que nos construyan el futuro, y en ese camino seguramente se impondrán los más fuertes, violentos y malintencionados.

En diferentes intensidades y formas, todos hemos experimentado (o podemos estarlo viviendo), momentos de pérdida (económica, laboral, sentimental…), de tristeza y de dolor, de desilusión y de mal humor, de frustración, de ansiedad, de pobreza, de soledad, de fracaso, de limitación, de incapacidad y de rechazo, por citar algunas de esas múltiples e incómodas sensaciones y estados de ánimo.

Esa angustia, desesperanza y sensación de incapacidad aumentan cuando percibimos que es algo que no podemos controlar, que erróneamente creemos que no le pasa a los demás y que la soberbia nos impide aceptar.

Pero, sobre todo, porque la vida también nos ha dado la oportunidad de experimentar buenos momentos, reír, tener fortuna, oportunidades, salud, compañía, trabajo y, en general, situaciones que, a veces, no sabemos agradecer o cuidar debidamente.

Es difícil hallar una respuesta convincente sobre por qué esos malos momentos. ¿Por qué a la gente buena le pasan cosas malas?, es una reflexión con múltiples respuestas y muchas confusiones, frente a hechos inevitables; ¿por qué hay jóvenes que se mueren primero que sus mayores?; ¿por qué sufrimos accidentes absurdos?; o ¿por qué salimos afectados de alguna circunstancia cuando, creemos, que tenemos todos los méritos para no serlo?.

Son algunas de esas incomprensibles situaciones que se presentan.

En algunas ocasiones sí es claro que estos se producen por la propia responsabilidad: Porque no atendemos recomendaciones médicas, porque somos imprudentes, porque subestimamos el riesgo, porque gastamos más de lo que recibimos, porque no cumplimos nuestras obligaciones o nos encargamos de no cuidar ni cultivar las amistades y la familia, entre otras razones sobre las cuales, en el fondo, tenemos conciencia de nuestros fallos y, por ende, de sus tristes consecuencias.

Más allá de llorar sobre la leche derramada, como nos enseñaron nuestros mayores, la principal diferencia entre quienes sufren y se amargan la vida, y viven más fracasos, versus quienes respiran tranquilidad y optimismo, y pueden considerarse exitosos, está marcada por la actitud ante los malos momentos: O quedarse congelados ante lo acontecido, en los duros recuerdos, el remordimiento, el dolor y la frustración o, por el contrario, superarlos, aprender, evitar repetirlo, tomar precauciones, asumir una actitud positiva y seguir adelante.

Decirlo es fácil, me dirán algunos, y posiblemente tengan razón, pero eso no quita que sea cierto y que solo mirar hacia adelante, evaluar los por qué se dieron los malos momentos, reflexionar sobre nuestras actuaciones, y valorar y amar apasionadamente lo que se conserva, más allá de lo perdido, resulta una terapia positiva para aprender de los malos momentos.

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sábado 6 de septiembre, 2025

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