Londoño, el doctor o, mejor, el escritor con título honoris causa
Hace pocos días celebramos los 111 años de nacimiento de Julio Cortázar. Y recordé el libro que contiene comentarios de sus amigos y críticos literarios titulado “Queremos tanto a Julio”, profesándole su amor, al escritor ya fallecido.
Hoy, en estas pocas líneas, manifiesto mi admiración y afecto hacia el otro Julio, el nuestro, más cercano, cálido como el otro; también escritor (cuentista y ensayista), y quien acaba de obtener su título honoris causa en literatura, otorgado por la Universidad del Valle.
Sé, que lo que menos quiere es que le diga doctor. Ya sabrán, quienes lo conocen, qué diría, en persona, y tal vez bajo el influjo de algunos wiskis entre pecho y espalda…
Pero ese título no quita que le diga que lo quiero, que lo leo siempre (a veces me frunzo con sus ácidas columnas de opinión) desde que supe (estando yo de estudiante de universidad) que Julio o “Julius” (como le digo cariñosamente) había ganado el premio Juan Rulfo -concedido en París- con su ya clásico cuento “Pesadilla en el hipotálamo”.
Incluso, hace algunos meses, escarbando en mis archivos, buscando algún expediente judicial, encontré un diploma firmado por Julio, de un taller literario al que asistí, como alumno afiebrado, para recibir las luces del escritor recién premiado, por allá en el año 98.
Ahora que obtiene su honoris causa llega a su culmen. Y lo merece, y me alegra como si fuese él, porque se de su sapiencia, de esa magia que tiene al combinar el alfabeto que nos va atrapando como una mágica telaraña, que nos ata y nos desata, para salir con algo de su cultura, que nos hace mejores seres humanos.
También sé de su conversación profunda, de lo “ojialegre” (como le dice doña María V. de Cruz, quien cada día me regaña más), de lo cálido en las tertulias, de su cigarro y su humo en las noches de bohemia (aunque creo ya se ha alejado un poco del tabaco), de su buena vida y de lo juicioso cuando se trata de escribir.
Por supuesto, no todo es gloria. Como amigo, nos distanciamos en ideología, pero nunca ha sido tema de debate que nos aleje; por el contrario, siento que esa diferencia de ideas políticas nos anima a seguir avivando nuestro afecto, nuestras lecturas, a seguir –como hoy– queriéndolo un poco más, y celebrando en un ensamble de aplausos y vítores, de que haya logrado obtener un título universitario para que – entre otras cosas– en las entidades públicas lo puedan contratar más fácilmente, sin leguleyadas, ni trabas, a las que, a veces, no podía salirle uno al quite.
Julio, Julius, te queremos. Quedamos casos para la celebración, ya que te quedé mal hace pocos días en Palmira, a donde volviste silenciosamente, y la que debe estar de plácemes de que su hijo del barrio La Colombina sea un doctor o, mejor, un escritor con título honoris causa.