Mapa de sueños y overoles naranja
No tenía idea de qué eran hasta que, en una concentración laboral que hacen las multinacionales —trabajaba entonces para una de seguros—, me embarcaron en la dinámica de crear el mapa individual de los sueños.
La tarea consistía en recortar de revistas una serie de imágenes para luego pegarlas en una cartulina y visualizar, en esa creación final, lo que se anhelaba para el futuro.
Recordé mi desagrado con las tareas escolares y mi aversión temprana a untarme de cosas pegachentas. Mis compañeras de mesa, por el contrario, disfrutaron la faena como si estuvieran en un club de manualidades.
Por el rabillo del ojo veía cómo, además de imágenes de casas, carros, parejas amorosas, niñitos y billetes, empleaban marcadores y escarcha multicolor para sus obras magnas.
Yo, en cambio, pensaba: “Si tuviera las revistas que tenía bajo el colchón cuando tenía catorce, sí que podría hacer un mapa de los sueños digno de envidia.”
Hoy, con la inteligencia artificial —ese duende moderno que concede deseos sin preguntar quién los pidió—, los cuadros de sueños ya no necesitan revistas, tijeras ni pegantes: basta teclear dos frases para que el algoritmo nos incruste en una postal tan realista que hasta el corazón se acelera.
Y como ahora la cosa es tan fácil, hasta para el prójimo se pueden construir mapas de sueños, ya sea deseándoles el bien… o condenándolos al infierno.
La reciente imagen que circuló en Washington, con dos presidentes latinoamericanos vestidos con el overol naranja de los reos federales es un buen ejemplo. Una fantasía tan precisa que uno podría sospechar que alguien en el norte estaba haciendo su propio vision board diplomático.