Muere un pedazo de nuestra frágil democracia

Víctor Manuel García

La madrugada del 11 de agosto de 2025 quedará marcada como uno de los momentos más oscuros de la política colombiana en su historia reciente.

El fallecimiento del senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, tras dos meses de lucha por su vida luego de un atentado en Bogotá, no solo enluta a su familia y seguidores, sino que revive el fantasma de la violencia política que ha perseguido a Colombia por décadas.

Uribe Turbay, heredero de una historia política familiar marcada por el dolor — pues su madre, Diana Turbay, también fue víctima de la violencia— le da un tinte adicional a este caso que lo hace aún más trágico.

No se trata de martirizarlo ni de tildarlo de héroe, porque no lo fue, es más, tengo que decirlo, discrepé profundamente con su forma de pensar y de actuar en el Congreso de la República, sin embargo aquí debemos humanizar esta tragedia que afecta especialmente a su familia.

Su asesinato, sin duda sacude el ambiente electoral y hoy nuevamente pone en duda la capacidad del Estado para garantizar la vida y la participación política de sus ciudadanos.

En algo debemos estar todo de acuerdo: este crimen no puede quedar en el terreno de la indignación simbólica y se deben dar resultados contundentes y rápidos por parte de los entes investigadores.

La Fiscalía General de la Nación tiene la responsabilidad de esclarecer los hechos con celeridad, profundidad y transparencia.

No basta con capturar a los autores materiales; el país exige conocer quiénes fueron los autores intelectuales, y especialmente qué motivaciones hubo detrás del atentado.

El presidente Gustavo Petro, como jefe de Estado, también debe asumir un papel activo en garantizar que la justicia se imponga y que este hecho no se convierta en otro expediente olvidado y debe llamar urgentemente a la cordura y a la sensatez a su gabinete, especialmente a su jefe de despacho, quien todos los días sacude el tablero con comentarios desatinados, salidos de órbita y carentes de sentido común.

Pero la responsabilidad no es solo institucional. A los simpatizantes del uribismo, dolidos y consternados, desde esta tribuna les pido cordura.

La rabia no puede traducirse en más odio ni en llamados a la confrontación y mucho menos en más violencia y estigmatización.

Por su parte a los seguidores del petrismo, también les corresponde rechazar este crimen sin ambigüedades, sin cálculos políticos, y sin caer en la tentación de minimizar el dolor ajeno.

La democracia se construye desde el respeto mutuo, no desde trincheras ideológicas que se desdibujan con mezquindades políticas.

El asesinato de Miguel Uribe no puede ser instrumentalizado por ningún sector. Debe ser un punto de inflexión. Colombia necesita garantías para todos los candidatos, sin importar su ideología.

Necesita que el debate político sea la confrontación pero de las ideas, no un campo de guerra.

Algo está claro, los colombianos debemos entender que cada vez que se asesina a un líder, muere un pedazo de nuestra frágil democracia.

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jueves 14 de agosto, 2025

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