Nuestra verdadera riqueza son las selvas y los ríos
Me habría encantado escribir sobre asuntos esenciales: el Sol, esa incandescente deidad que irradia la energía que sustenta la vida en la Tierra; el oxígeno, surgido como un giro improbable en la historia geológica; o el agua, tal vez forjada en las entrañas del planeta y enriquecida por antiguos bombardeos de asteroides.
Pero quizá sea más justo dedicar este espacio a dos hijos exuberantes de esas tres divinidades cósmicas: las selvas y los ríos. Aunque, mirándolo con mayor precisión, las selvas no son hijas: son madres.
Madres verdes que amamantan a los ríos con cada gota que evotranspiran, elevándola al cielo como ofrenda, para que el padre sol las devuelva convertida en caudal.
Así, los ríos no solo nacen de la lluvia, nacen del aliento húmedo de la selva.
Las selvas y los ríos no son solo paisaje: son fábricas monumentales de servicios ambientales. Son nuestra riqueza más pródiga.
Porque somos un país tropical, donde los bosques son en verdad selvas húmedas, con una megadiversidad biológica insólita.
Solo la cuenca amazónica y la vertiente pacífica -el Chocó biogeográfico- representan más del 40 % del territorio nacional.
Hasta hace 10 años, la ciencia ignoraba lo que nuestros antepasados indígenas ya sabían: que los árboles, por sus raíces, extraen agua del subsuelo.
Creíamos que apenas «absorbían dióxido de carbono y exhalaban oxígeno». El investigador brasileño Antonio Donato Nobre, junto con científicos de varios países, demostró que el océano verde del bosque transpira y el océano azul del mar evapora, transfiriendo colosales volúmenes de agua al océano gaseoso de la atmósfera.
Allá, en las alturas, nacen los ríos aéreos: las nubes portadoras de agua fresca y renovada que alimentan los ríos terrestres que serpentean abajo. En ese intercambio de gases, agua y energía, el Sol es el protagonista absoluto.
En medio de esa danza cósmica, una voz ancestral nos recuerda lo esencial. El líder indígena yanomami Davi Kopenawa (en otra oportunidad hablaremos de él) le dijo una vez a Nobre:
«Ustedes estudian el bosque con la cabeza. Nosotros lo conocemos con el corazón».
Esa frase, tan sencilla como profunda, revela que el conocimiento no siempre se mide en datos, sino en vínculos. Porque la selva no solo se analiza: se honra.
Nosotros, los “civilizados”, vivimos tan ocupados que ya no escuchamos las advertencias del espíritu de la selva. Asistimos –indiferentes– a la deforestación de esta por los amigos del «fuego, del hacha y de la motosierra».
Y eso que habitamos en el lugar más espectacular del planeta: en la selva tropical de Suramérica. Creadora del río más grande del mundo, el Amazonas, «el rio-mar» que descarga cada segundo 220.000 m³/s al Atlántico: la quinta parte de toda el agua fluvial del planeta.
El segundo más caudaloso lo origina la selva africana del Congo, «el río que traga a los demás ríos», con 42.000 m³/s.
Esa misma selva amazónica origina al Orinoco, “el rio de las siete estrellas”, el tercero más caudaloso del mundo, con 33.000 m³/s hacia el Caribe.
Engendra también al río Madeira, «el que devora caminos» -tributario del Amazonas y quinto en caudal mundial- con 31.200 m³/s.
Y, da vida, además, al río Negro, «el espejo de la selva», -sexto en caudal global- que nace en Colombia como Guainía, y descarga 29.300 m³/s.
Por otro lado, nuestra selva vallecaucana, la del Chocó biogeográfico no se queda atrás: producen dos prodigios que nacen en la misma cuna geológica, aunque cada uno toma su propio rumbo: el San Juan, «el cantor de las siete bocas», hacia el Pacífico y el Atrato, «la madre majestuosa», hacia el Caribe.
El Atrato es un coloso. Es probablemente el rio más caudaloso por kilómetro de recorrido que tiene el planeta, después del río Congo.
En solo 750 kilómetros de recorrido obtiene 4.900 m³/s, pues atraviesa los territorios más lluviosos de nuestra esfera.
El San Juan, que sirve de límite entre nuestro departamento y el del Chocó, al llegar al océano Pacífico, arroja 2.500 m³/s, ¡casi 14 veces más de lo que contiene el río Cauca al entrar a nuestro departamento! Y no sólo eso, en toda la cornisa occidental americana, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, solo lo supera el río Columbia, el cual, para rendir semejante caudal, debe recorrer 2.000 kilómetros, mientras que nuestro San Juan solo zigzaguea por escasos 380 kilómetros.
Las selvas tropicales y los ríos son, pues, un solo latido del planeta, No son elementos separados: son una red viva de humedad, biodiversidad y equilibrio climático.
Recuerda: Si dañas a la madre, matas al hijo.
La selva no solo guarda agua: guarda memoria. Y si aprendemos a escucharla -con el corazón, como el poeta líder indígena, tal vez podamos restaurar no solo los ecosistemas, sino también nuestra relación con la vida.
Porque nuestra verdadera riqueza no está en el subsuelo, sino en el verdor que respira, transpira y nos da de beber.
Porque cuando cuidamos la selva, no solo honramos el agua: también honramos al Sol, al oxígeno y a todo lo que nos sostiene desde antes del primer latido.