Perder sí es ganar… Incluso mucho
Cuando la selección Colombia de fútbol tuvo un desastroso desempeño en el Mundial de Estados Unidos, en 1994, donde llegó favorita y salió eliminada en primera ronda, el técnico Francisco Maturana dijo, a manera de conclusión, el oxímoron, o contrasentido, según el cual “perder es ganar un poco”, la mayoría de la opinión pública se burló.
En fútbol, se pensó, es imposible ganar con una derrota.
Ningún campeón alcanza ese mérito sin sumar puntos.
Más allá de lo deportivo, lo que expresó el técnico lleva a una valiosa reflexión para la vida diaria, en donde paradójicamente muchas veces, más allá del dolor, la quiebra, la tristeza, el desempleo, el llanto, el duelo, la pérdida de algo y de oportunidades, por citar algunas consecuencias relacionadas con el perder, sí derivan en ganancias.
Nadie trabaja, estudia, se ejercita, se compromete y lucha para obtener resultados negativos.
Pero la vida, la providencia, el destino, un Dios (cualquiera), personas con ideas distintas a las nuestras o el simple azar se encargan, inexplicablemente, que sucedan cosas que van contra nuestro deseo y nuestra razón.
Mientras tengamos vida, tenemos la responsabilidad de seguir adelante, pese a las adversidades.
Ante el infortunio, la derrota, la frustración, las pérdidas de tesoros, de personas muy valiosas y el fracaso de ciertos proyectos, tenemos dos caminos: O enfermarnos, sentirnos lo peor y perder el norte de nuestra existencia o, por el contrario, sobreponernos al dolor, trabajar para hallar explicaciones y, sobre todo, sacar lo mejor de nosotros.
No podemos saber si el destino se dirige intencionalmente o no a favorecer a unos u otros, pero sí sabemos que cada uno es responsable y constructor de su camino de vida y que, incluso con las dificultades, las tragedias inesperadas y los golpes de la vida, debemos seguir adelante en nuestros propósitos.
No en vano, para ver el arcoíris hay que esperar la lluvia.
La historia de la humanidad y de muchos cercanos amigos y familiares así lo han confirmado.
Son miles los líderes (grandes políticos, deportistas y empresarios, pero también familiares, dirigentes comunales y vecinos) que hoy son exitosos gracias, precisamente, a las tragedias y las dificultades que vivieron.
Vale recordar la situación de muchos de quienes perdieron un trabajo (independientemente del motivo), y que hoy agradecen haber pasado por esa situación porque pudieron, al verse desempleados y sin un futuro cierto, emprender un negocio y triunfar en él; o la de quienes lloraron tras una relación amorosa, y hoy agradecen que eso sucedió porque descubrieron dimensiones de su personalidad y la relación con otras personas, que ahora les hacen sentir más felices que en su vida de pareja anterior; e incluso, quienes hoy agradecen haber tocado fondo en algún aspecto de su vida (irresponsabilidad laboral, una adicción, incumplimiento de ciertos deberes…), porque eso les permitió, desde la incertidumbre, la soledad, la angustia, la pobreza, el dolor y la tristeza, demostrar su capacidad de resiliencia, de salir adelante y de demostrarse, a sí mismos, la riqueza de su personalidad.
No en vano, hace poco un empresario colombiano deseaba a los graduandos de una universidad que tuvieran muchos fracasos, desempleos y frustraciones en sus proyectos, porque eso los iba a potenciar más como personas y profesionales.
Desde esta óptica, perder sí es ganar, y mucho.
La vida, en sus diversas expresiones del destino se encarga de enseñarnos a superar y a sacar el mejor provecho de las dificultades, mucho más cuando la actitud, la resiliencia y el optimismo en nuestras propias fuerzas, se acompañan de tenacidad, trabajo y compromiso, incluso cuando las circunstancias parezcan decir lo contrario.
Al fin y al cabo, como nos ha enseñado la convivencia, no hay mal que por bien no venga.