¡Que no Panda el Cúnico!

Paola Andrea Arenas Mosquera

Pensé mucho en el título de esta columna. Es tan doloroso lo que la inspira, que temí desdibujar mi propósito de llamar a la reflexión, sí la célebre frase de un héroe infantil, como el popular “Chapulín Colorado”, -personaje de mi generación-, redujera el trasfondo comunicacional, a las obviedades asociadas a los chistes. Así que indagué un poco más y decidí abortar la idea de cambiarle de nombre.

Aún hoy, resulta raro el uso de la palabra castellana “cundir” (extenderse, propagarse). En cuanto a “pánico”, me gustó conocer su etimología y que proviene de la expresión griega “deima panikós”: el miedo causado por Pan. -en la mitología griega, dios de los pastores y de los rebaños, dotado de un rostro barbudo y de expresión animalesca, además de cuernos y miembros inferiores como los del macho cabrío. Su madre se horrorizó del monstruito que había traído al mundo y lo abandonó, pero su padre, el dios Hermes, menos aprensivo, lo llevó al Olimpo junto a los demás dioses. A éstos, el recién llegado les cayó en gracia y por ser diversión de todos lo llamaron “Pan” (palabra transformada en un prefijo con el significado de “totalidad”: “panamericano”, “panteísmo”, “pandemia”…).

A Pan se le atribuían los ruidos de causa ignorada que se escuchaban en campos o bosques y con frecuencia amedrentaban a campesinos y pastores. Por esa razón, el significado de “pánico” pasó a ser el de ‘miedo intenso por algo de origen desconocido’.

Los sucesos registrados en las últimas semanas en Colombia, propagan la zozobra y la incertidumbre. El exterminio de líderes sociales, masacres e inexplicables muertes violentas de jóvenes, invaden de temor a la ciudadanía. El último hecho, la muerte con sevicia de un civil de manos de dos policiales, exacerbó los ánimos de la población civil y causó disturbios de inimaginables proporciones en la capital de la república con millonarias pérdidas materiales.

Al cierre de esta columna, conocíamos de 7 personas muertas y 140 heridas, entre civiles y policías. Eso es lo más grave. Un mar de sangre, advirtiendo la bola de nieve de nuestro estallido social, como si no estuviéramos listos para enseñar a nuestros hijos el “cesó la horrible noche” de nuestro himno.

En medio de la indignación y de las noticias de muerte que nos enlutan, es mucho lo que evidencia que como sociedad estamos lejos de reconocer desde las acciones y no únicamente desde el discurso, que la vida es sagrada.

La profesora e investigadora de la Universidad de los Andes, Sandra Borda, una de las personas más sensatas que aprendía a seguir y leer durante esta pandemia, define con mucho tino lo que estamos viviendo y cómo “hasta que no veamos los intentos por tratar de entender y explicar las causas de la violencia (de todos los lados), como algo muy distinto a la incitación o justificación de esa misma violencia, no nos vamos a poder mover ni un ápice de donde estamos”

La empatía, tan ausente por estos días, debería ser una condición irrenunciable de los gobernantes. Impresionan las alocuciones presidenciales. En muchas pareciera más importante justificar los esfuerzos institucionales, a solidarizarse con las familias de las víctimas e involucrar a la ciudadanía en la búsqueda de esa visión compartida que apueste a soluciones estructurales, haciendo conciencia de nuestros saldos pedagógicos.

Urge que la ciudadanía evidencie la capacidad de conexión y sintonía de sus líderes y autoridades. El gobierno nacional debe comunicar de todas las formas posibles que no es insensible, -como pareciera a veces- al drama social que atravesamos.

Vamos al caos urbano, 56 instalaciones de la Policía vandalizadas, 53 CAI –49 en Bogotá, 3 en Soacha y uno en Cali-, gran parte de éstos, incinerados-. También resultaron afectados 77 vehículos (8 de Transmilenio incinerados). Conectada a un “En Vivo” en la madrugada de este doloroso 9 de septiembre, con sus ojos encharcados de lágrimas y visiblemente afectada, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, llamaba a la calma a sus ciudadanos y les recordaba que responder con violencia a la violencia no soluciona el problema estructural del accionar de la fuerza pública, mientras sí pone en jaque la vida en integridad física de todos como bien supremo, sin mencionar aún la auto-destrucción de nuestro tejido social y de nuestros bienes de utilidad pública y la riqueza material construida con esfuerzo y los impuestos de todos.

Hace poco hablé del espíritu justiciero que habita en el ADN de muchos colombianos. Esa cultura del Ojo por Ojo, diente por diente. No es fácil en medio de tanto dolor llamar a la calma y que el mensaje sea comprendido cuando las redes sociales están invadidas de acciones tan repugnantes reproducidas en tiempo real desde cámaras de celular que capturan imágenes indeseables de este País del “nunca jamás”. Sin embargo, hay quienes se empeñan en devolver capítulos de esa historia que no queremos reproducir y los repiten con masoquismo.

Antes de morir Roberto Gómez Bolaños, explicó por qué para él, como actor intérprete, el “Chapulín Colorado”, ese personaje pequeño de estatura, antenas y atuendo rojo, podía ser en medio de su torpeza y temores manifiestos, el “super héroe” de la época. Dio, en una entrevista, una respuesta que para mi, fue muy aleccionadora. Respondió que: “El heroísmo no consiste en carecer de miedo, sino superarlo”.

Ruego a los lectores que deseen compartir esta columna, transmitir desde sus hogares y entornos domésticos, académicos o laborales, esta enseñanza. Quizás los colombianos la necesitemos. Que la impotencia, rabia o miedo que nos despierten las incomprendidas acciones de nuestras instituciones, no nos roben la inteligencia emocional para mostrar a nuestras nuevas generaciones otra forma de reclamar y exigir que no termine auto- destruyéndonos. Saquemos, entonces, nuestro heroísmo ciudadano porque Colombia nos necesita. ¡Que no panda el cúnico!

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jueves 10 de septiembre, 2020

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