Todo tiempo pasado fue igual de ridículo
Me erizo al escuchar lo que hoy se considera “música” y ver cómo esta parodia de arte hace que la juventud —que, dicho sea de paso, no puede acomodar ni un tatuaje ni un piercing más— se ponga a perrear como poseída.
Pero, ¿Qué me sucede? De la noche a la mañana me he convertido en mis padres para quienes mis gustos de juventud fueron también la señal del fin de los tiempos.
Recuerdo la mirada de desdén y preocupación de los adultos cuando vestía mis pantalones apretados sin medias, con el cabello largo solo de esa parte que nos crece detrás de la nuca y un Walkman reproduciendo pop ochentero.
¡Sí, eso que hoy consideramos la música magistral de los 80! Pero para ellos… ¡Absoluta decadencia!
Hoy soy yo quien se tapa los oídos escandalizado y quien cree que el volumen del presente es demasiado alto.
¿Qué cambió? ¿Fue mejor lo de mi juventud o simplemente fue lo mío?
Cada generación cree que su estilo y su rebeldía son el cenit de nuestra evolución como civilización. Pero, con el paso del tiempo, esas modas se convierten en dogmas.
Y entonces, cuando surgen nuevas expresiones, son consideradas pérdidas de rumbo.
Es entonces cuando debemos concluir que lo grotesco es relativo y que lo espantoso es solo una cuestión de época. Pero, más importante aún, que el tiempo es —y será— el único encargado de separar la moda de la elegancia, el ruido de la verdadera música y las simples poses de la auténtica expresión.
Tal vez, en lo que hoy nos parece grotesco, haya una chispa que el tiempo sabrá pulir.