Tres días de abstinencia
Dos cosas que a los hombres nos cuestan demasiado: la primera es pedir indicaciones cuando estamos perdidos, y la segunda, programar un examen médico cuando se trata de nuestra próstata.
La primera me ha costado horas dando vueltas como un borrico frente al volante; eso sí, con mi orgullo masculino intacto.
La segunda es más compleja, aunque se trata de un chequeo tan importante como el mismísimo cumpleaños de nuestra pareja.
Y para colmo, no es uno sino dos exámenes: el del tacto rectal, que permite detectar irregularidades físicas en la próstata, y el del antígeno prostático, un simple pinchazo para medir en la sangre los niveles del antígeno específico y prevenir el cáncer.
El primero, por fortuna, dura lo que un parpadeo… y bueno, todo vuelve a la normalidad, casi.
El segundo, además de la aguja —que nunca deja de imponer respeto—, implica una abstinencia de tres días de esas actividades que más disfrutamos muchos hombres: no montar en moto, no hacer ejercicio fuerte, y —la más dura de toda — no entregarnos a batallas de amor ni con la o las prójimas… ni con uno mismo, por mucho amor propio que uno se profese.
Huelga decir que estos dos exámenes son complementarios: uno no sustituye al otro. Ambos son importantísimos, sobre todo si ya estamos por encima de los cincuenta.
Por eso, si perteneces a este selecto grupo de machos bravíos y ya te hiciste sendos exámenes, te felicito. Si no, ¿Qué esperas para agendarlos? Los tres días de dura y curtida abstinencia se pasan volando, pero tu próstata —y sobre todo tu familia— te lo van a agradecer.