Y Cali se quedó sin metro, ¡Qué vergüenza!
Esta es una historia muy triste de verdad. Sobre ella no sé cuántas columnas he escrito, cuántos debates he armado, en cuántas entrevistas de radio y televisión he contado esta historia que siempre ha tenido características del florecimiento de todas las pequeñeces de las que es capaz una sociedad cuando sus dirigentes deciden crucificar un proyecto y lo condenan como si se parodiara la frase famosa que forma parte de la imaginería española: “todos a una como en Fuenteovejuna”.
Esta historia, que yo la conozco muy bien, se inicia como una idea maravillosa en la administración de Ricardo Cobo.
Quien con un grupo de expertos decidió decirle a los caleños que había que diseñar un proceso, que como el metro ligero, cambiaría la historia de Cali y que sería sin lugar a dudas, el gran salto adelante para construir una ciudad moderna, equitativa y enraizada en la historia de las grandes ciudades del gran mundo o en las pequeñas y medianas de Latinoamérica.
Cobo, con manos de artesano, le elaboró la agenda a la construcción del metro ligero y cómo si tuviera en su mano una varita mágica, dejó un Conpes nacional con recursos de más de 500 millones de dólares.
Su primera ruta fue expuesta a la opinión pública local y nacional y fue tal su audacia, de querer dejarle a la Ciudad un camino virtuoso al desarrollo, que en la rotonda de la estación del ferrocarril, colocó un vagón del metro e invitó a los caleños a soñar, pero nunca se imaginó, que al terminar su administración se iniciaría una pesadilla de la cual todavía no hemos despertado.
Esta tragedia y este sueño de terror, lo inicia John Maro Rodriguez, que como sucesor de Ricardo, decide, siguiendo la batuta técnica de Enrique Peñalosa, gran sabio que llenó de buses articulados todo el país y bajo la sombrilla de la presidencia de Andrés Pastrana decidieron que Cali no se merecía el metro, si no que su medio de transporte masivo ideal tenía que ser unos buses articulados sobre superficie.
Para lograr este propósito, montaron un frente común con los empresarios del transporte de buses en la ciudad, con el respaldo de importantes sectores empresariales, el visto bueno de la dirigencia política y obviamente, los medios de comunicación, que se convirtieron en propagandistas de esta escaramuza que obligó al alcalde John Maro a apoyar la derogatoria de la partida de 500 millones de dólares convirtiéndola en una nueva de 250 millones, de dólares, claro está.
Siendo todavía un misterio a dónde fueron a parar los 250, que la mano generosa del Alcalde, le entregó al Gobierno Nacional.
La pequeña ciudad de Curitiba fue el referente que, como un festín, fue celebrada como el ejemplo para que Cali y Bogotá fueran la maqueta para que se construyeran, en todas las ciudades de Colombia, esta estrambótica y equivocada idea de la administración Pastrana.
Los sinsabores de lo que ha sucedido lo he relatado en muchas columnas, inclusive he invitado a los responsables políticos y empresariales de la construcción del MIO, a que le ofrezcan escusas a la Ciudad por el impacto que este fracasado sistema de transporte nos ha ocasionado.
Para todos los alcaldes, desde John Maro, pasando por Apolinar Salcedo, siguiendo con Ospina y sus dos administraciones, también en la segunda de Rodrigo Guerrero y obviamente la de Armitage, la tarea ha sido convertir en muletilla perversa la frase: “hay que salvar al MIO”, porque siempre ha estado en crisis financiera por inepta demanda y lo mas grave, por sonados casos de irresponsabilidad gerencial y la consabida corrupción que ha profundizado su deslegitimación, creando en el imaginario popular una sensación de fracaso y una expectativa permanente, entorno al cuando los responsables de este fracaso le van a poner la cara a la Ciudad.
Tengo entendido que por ahí hay algunos que quieren conversar con los directivos y gestores del metro ligero de Ricardo Cobo, ojalá no sea solo para arrepentirse, si no para reconocer que se debe pensar de nuevo en el Metro, para salvar a Cali de 20 años de pesadilla.
Muy sencillo, año tras año, administración tras administración, el MIO disparó todas las formas de ilegalidad que inundan el transporte y la movilidad en Cali.
Florecen, como por encanto, miles y miles de motociclistas. Renacen como en una película de zombis los buses chatarrizados y dados por muertos y para completar, los alcaldes decidieron, uno a uno, que las estrechas calles de la ciudad deberían parecerse a las de Ámsterdam, Madrid o cualquiera otra, optando por construirle ciclovías con el propósito de minimizar la congestión vial y convertir a nuestros altos ejecutivos en caricaturas de los CEOs de las multinacionales que llegan en bicicleta a sus oficinas, las nuestras son sencillamente unos espacios poco frecuentados por las bicicletas, pero si invadidos por las motos, que manejadas por particulares y ahora por miles de domiciliarios, forman parte de la decadencia de esta ciudad.
Para redondear y quizás esto es lo más grave, el MIO tugurizó y empobreció la Ciudad negándole la oportunidad de REURBANIZARSE, pues el metro ha sido el elemento decisivo en la transformación de las ciudades, como fueron los ríos pues a la orilla de ellos se fundaron todas las ciudades del mundo.
El metro remplaza el papel del río, permitiendo la expansión de nuevos espacios que marcan la reinvención de la vida ciudadana y comercial y sigue siendo fiel a las razones de su invención, como fue la agilización del tiempo de traslado entre las grandes fábricas y los guetos obreros, como sucedió en el siglo XIX, cuando en Londres, en 1863, fue inaugurado el primero en el mundo.
Y así sucesivamente fueron apareciendo sistemas de metro en todas partes.
Desde Cali no solo debemos sentirnos felices, por el metro de Bogotá, que además, a pesar de Petro, empezará a funcionar desde el próximo año, si no sentir profunda vergüenza por haber desmontado el proyecto de Cobo, que sin lugar a dudas, tendría a la ciudad reurbanizada y sin todo este caos ya descrito, donde el MIO, en lugar de permitirle a los trabajadores y estudiantes llegar a sus lugares de trabajo y a la universidad en corto tiempo, hoy día y desde hace 20 años decidieron montarse en moto y pasarse a todas las formas ilegales de transporte, porque en el MIO llegaban retrasados a sus destinos.
En fin, el alcalde Eder está en mora de reconocer el error de sus antecesores y decirle a los caleños, que así como lo hizo Medellín y también Bogotá, todavía es posible recuperar el sueño al que nos invitó Ricardo Cobo en su Alcaldía.
¿Será que de repente un pajarito le canta al oído del alcalde y le recomienda que incluya, por lo menos una partida de los recursos con los que hoy en día cuenta y que le fueron aprobados por el Concejo Municipal, para hacer los estudios iniciales del METRO PARA CALI? Una ciudad sin metro es inviable porque poco a poco la ilegalidad la somete y la convierte en una caricatura del desarrollo.