¿Y tú todavía cantas canciones de niños?
Había olvidado lo que eran las fiestas infantiles, ya que mis hijas son universitarias; pero el ser padrastro de un chiquitín de siete años me hizo recordar lo que significan estos magnos eventos.
Asistí a un cumpleaños y me sorprendió cómo la música infantil impactó a los niños quienes respondieron a ella brincando, corriendo e hiperactivándose como si todos hubieran brindado con Red Bulls.
No pude evitar pensar en la similitud con el público femenino adulto del Club LadiesNight y en cómo el reguetón logra despertar hasta a la despedida de soltera más dormida.
¿Será el reguetón la música infantil de los adultos? Obviamente el beat es distinto, pero el hechizo es el mismo.
La fiesta avanzó, y lo más curioso no fue lo que acabo de reflexionar. Lo mejor vendría después.
Ya sentados todos los chiquitines para recibir la torta —y sudados hasta más no poder de tanto correr—, uno de ellos comenzó a cantar una de las canciones. Los demás lo observaron en silencio… para luego criticarlo e increparlo:
—”Juanito, ¿tú todavía cantas esas canciones de niños?”
Sin duda, la infancia también tiene sus códigos de estatus. Y la música revela mucho más de lo que creemos. No solo nos hace brincar; sino que nos ubica, nos define por tribu, por edad, por identidad… y, lo más interesante, también nos divide.
Mientras degustaba mi torta, concluí que tal vez el problema no es la canción, sino el miedo prematuro a dejar de ser niños. Al final, todos somos ese pequeñín que quiere cantar, pero que calla por miedo a que los demás se rían.
Y nosotros, los adultos, seguiremos bailando reguetón… por las mismas razones.