El presidente de una nación debe promover símbolos que unan, no imponer aquellos que estimulan la división
Colombia símbolos de unidad, no de división
La decisión del presidente Gustavo Petro de declarar el sombrero de Carlos Pizarro, excomandante del M-19, como patrimonio cultural de la Nación desató una polémica profunda.
A este gesto se sumó la confirmación de que el gobierno también tiene en su poder la sotana del cura Camilo Torres, guerrillero del ELN, con la intención de preservar su memoria en el imaginario colectivo de Colombia. Como era de esperarse, estas acciones despertaron un fuerte rechazo.
La controversia no es trivial. Pizarro, aunque se desmovilizó y se integró a la vida política, representó a un grupo insurgente que dejó una estela de dolor y muerte.
Que el jefe de Estado eleve a la categoría de símbolos nacionales objetos que pertenecieron a comandantes guerrilleros es una afrenta a las víctimas y sus familias, quienes aún cargan con el peso de la historia.
En un momento donde el país enfrenta múltiples amenazas armadas por grupos ilegales, idolatrar a figuras vinculadas a la insurgencia envía un mensaje contradictorio.
La paz, que es una necesidad urgente para Colombia, no puede construirse sobre la idealización de quienes optaron por la vía de la violencia.
Petro, con su pasado en el M-19, parece mirar estos movimientos con un lente romántico, pero es un error que trate de imponer una visión personal e ideológica que claramente no resuena con el sentir de la mayoría de los colombianos.
El presidente de una nación tiene el deber de buscar símbolos que unan, no que profundicen las grietas. La historia de Colombia está plagada de episodios dolorosos que aún necesitan sanar y para ello es necesario promover íconos que representen la esperanza, la reconciliación y la unidad, en lugar de aquellos que evocan divisiones y heridas abiertas.