El mundo democrático debe cerrar filas contra Putin, pero no propiciando una guerra mayor, sino con sanciones que obliguen al tirano ruso a retroceder.
Ganar la guerra sin disparar
Resulta increíble que a estas alturas de la civilización el mundo esté ad portas de una guerra que involucre a todo el planeta. La crisis ocasionada por Vladimir Putin tiene en vilo a la humanidad y el más mínimo detalle podría extender a varios países la compleja situación que hoy se vive en Ucrania, donde la incursión del ejército ruso ha dejado al menos dos mil civiles muertos.
Ante este escenario, el mundo democrático debe enfocar sus esfuerzos en dos sentidos: primero, tratar de frenar la injusta y desproporcionada arremetida de Rusia contra Ucrania y, segundo, evitar que la confrontación bélica escale a otros países.
En ese sentido, se debe avanzar en las medidas adoptadas por la comunidad internacional para presionar a Putin a detener su avanzada sangrienta, mediante sanciones económicas y diplomáticas que, sin disparar una sola bala, le hagan entender no sólo el rechazo del mundo democrático sino también que le muestren las consecuencias de persistir en su injustificable proceder.
En un mundo globalizado, un país del tamaño de Rusia tiene demasiadas dependencias como para darse el lujo de quedar aislado. La amenaza nuclear como reacción a las sanciones impuestas por la comunidad internacional es una señal indiscutible de que el tirano es consciente de las consecuencias que traería un bloqueo económico para su país.
Si Putin ataca, los países occidentales deben actuar en legítima defensa, pero el primer recurso que se debe agotar es obligarlo a retroceder por vía de la presión para evitar que el conflicto escale y la muerte y la destrucción se extiendan por todo el planeta.