Criminales que son “gestores de paz” y congresistas que presumen abiertamente de consumir alucinógenos no son propiamente los ejemplos que el país necesita.

Invertir los valores: un peligro para la sociedad

Foto: @SusanaBoreal
jueves 5 de diciembre, 2024

Es cada vez más preocupante el discurso que, desde el gobierno del presidente Gustavo Petro y sus aliados en el Congreso, parece buscar la inversión de los valores esenciales que sostienen el tejido social.

Decisiones como otorgar el estatus de “gestores de paz” a criminales, incluidos violadores, son un ejemplo de ello.

Estas acciones no solo benefician a quienes han causado daño, sino que envían un mensaje preocupante al país: que los crímenes pueden ser excusados con narrativas ambiguas y que los victimarios pueden transformarse, con el aval gubernamental, en supuestos agentes de cambio.

A esto se suma la intención de mostrar como víctimas políticas a personas que, durante el estallido social, cometieron delitos graves, incluidos homicidios y atentados contra la propiedad pública y privada.

La narrativa que busca justificar estas acciones no solo es peligrosa, sino que también debilita el principio de justicia que debe regir una sociedad democrática.

Declaraciones como las de la representante Susana “Boreal”, quien afirmó que obligar a un niño a ir al colegio es un acto de violencia y adoctrinamiento, aumentan la preocupación.

Este discurso, sumado a su autoproclamación como ejemplo positivo por consumir marihuana a diario, plantea serias dudas sobre los valores que se promueven desde ciertos sectores políticos.

Desde una perspectiva filosófica y sociológica, la inversión de valores genera un vacío moral y ético que amenaza con desestructurar la sociedad.

Pensadores como Émile Durkheim sostienen que los valores son esenciales para la cohesión social, pues ofrecen un marco normativo que guía el comportamiento colectivo y fomenta el respeto por el orden y la justicia.

Cuando esos valores se distorsionan, se abre la puerta al relativismo moral, donde se pierde la distinción entre lo correcto y lo incorrecto.

Colombia necesita una reflexión profunda sobre los valores que desea transmitir a las nuevas generaciones.

No se trata de imponer visiones únicas, sino de garantizar que el discurso y las acciones públicas promuevan principios que fortalezcan la convivencia, la justicia y el respeto por los derechos de todos.

Distorsionar esos valores, como ocurre cada vez con más frecuencia, es un camino que lleva al deterioro social.

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