Proceso de paz: ¿ahora qué sigue?
En La Habana se ha hablado de lo que se iba a hablar, es hora de definir.
Superado el impasse del secuestro del general Rubén Darío Alzate y otras dos personas, cuya liberación se espera para este fin de semana, el Gobierno nacional y la guerrilla deben hundirle el acelerador a los diálogos de paz, pues solo si hay avances tangibles, los colombianos volverán a creer en el desacreditado proceso.
Las negociaciones tienen un nivel precario de credibilidad, y si no hay un viraje para demostrarle a la ciudadanía que la cosa va en serio y que las condiciones del acuerdo son convenientes para el país, no solo para los cabecillas guerrilleros, será muy difícil legitimarlo ante la opinión nacional.
Al negociar bajo el conflicto, la lentitud con la que se ha manejado el proceso de paz, que lleva ya más de dos años, lo expone a golpes como los propinados por la guerrilla en el último mes, que minan la credibilidad en las negociaciones.
La liberación de los secuestrados de Arauca y del Chocó debe representar el inicio de una nueva etapa en el proceso de paz, una fase definitiva, con menos retórica y más hechos de paz.
Si bien las propuestas de un cese al fuego bilateral y de desescalar el conflicto son bien intencionadas, podrían llevar a dilatar más los diálogos, y aquí lo que hay que pedir, por el contrario, es que el acuerdo de paz, si de verdad se va a firmar, se defina en el primer trimestre de 2015.
Para ello, obviamente, es necesario que las partes adopten posiciones realistas, aterrizadas al querer de los colombianos y a los mandatos de la justicia, que no son otros que cero impunidad, entrega de armas por parte de la guerrilla y reparación a las víctimas con recursos de los victimarios.