Los Hispanos prenden la pre feria en la Arena USC
“Adonay”, “Boquita de Caramelo” “Cariñito” y más este viernes
61 años después, la orquesta que le dio un sonido inolvidable a la Navidad colombiana sigue tocando como en sus inicios.
En esta conversación, Jairo Jiménez, fundador de Los Hispanos, habla con emoción sobre el nacimiento del grupo, sus íconos, las lecciones de una carrera musical larga y honesta, y el secreto de su vigencia. Esta es la historia viva de una orquesta que nunca se fue.
Los Hispanos nacieron en 1964 y siguen vigentes más de seis décadas después. ¿Cuál ha sido el secreto para no convertirse solo en una orquesta del recuerdo?
La principal característica de Los Hispanos ha sido la lealtad con nuestra música. Nosotros seguimos tocando los temas tal cual los grabamos: la misma instrumentación, el mismo ritmo.
Solo cambian algunos elementos porque la época y la vida van cambiando, pero la esencia se mantiene.
Por Los Hispanos han pasado más de 20 cantantes; Rodolfo ya no está, Gustavo Quintero tampoco, pero cada cantante tuvo su época de oro dentro del grupo.
Eso se sostiene con lealtad, música y honestidad. Hasta hoy nunca hemos quedado mal en un evento y siempre hemos sido honestos con el público, con la gente y con el medio.
El grupo nació en un barrio popular de Medellín y terminó marcando la banda sonora de varias generaciones.
¿Cómo influyó ese origen barrial en la identidad de la orquesta?
San Joaquín era un barrio de clase media, de gente muy honesta y trabajadora. Nuestros padres fueron forjadores de esa raza antioqueña. En las casas había ocho o diez muchachos, y en cada una había alguien a quien le gustaba la música.
En nuestra cuadra, la Circular Tercera, estaban Guillermo, Jairo Jiménez, Jaime Uribe, Gabriel Uribe y sus hijos, Guillermo Mejía, Ramiro Velasco, todos fundadores de Los Hispanos y todos con vena musical. Eso había que aprovecharlo.
¿Cómo se fue formando el grupo en esos primeros años?
Nosotros estudiábamos y lo hacíamos más por divertirnos. En el parque de San Joaquín nos sentábamos a cantar, a hacer chacota, como decíamos en esa época.
Así se fue formando el grupo. Un vecino nos dijo que quería contratarnos para el Club Los Anades.
Nosotros no nos sabíamos ni cinco canciones, pero nos contrató y tocamos cinco horas las mismas cinco canciones. Ahí prácticamente comenzaron Los Hispanos.
Desde el inicio apostaron por instrumentos poco comunes en la música tropical de la época. ¿Eso fue un riesgo consciente?
Las cosas se van dando sin uno darse cuenta. Empezamos con acordeón piano y saxofón alto. La guitarra eléctrica la hicimos nosotros mismos porque no teníamos plata; desbaratamos una guitarra acústica, sacamos el diapasón y armamos una eléctrica.
Ensayábamos en la casa y el vecino dormía la siesta a esa hora, así que nos mandó para clubes profesionales. Allá nos contrataron un año porque la juventud estaba feliz.
¿Cómo evolucionó el sonido hasta convertirse en el que hoy se reconoce como el de Los Hispanos?
Vimos que el acordeón no llenaba lo suficiente y lo cambiamos por el bajo. Yo solté el acordeón y tomé el bajo. No teníamos dinero para una organeta, así que compramos un armonio de iglesia, pero era muy pesado.
Luego adquirimos un órgano que solo daba una nota y lo convertimos en parte del sonido: el solo voz hacía la tercera voz. Así se fue armando el formato que hoy identifica a Los Hispanos.
Canciones como “Adonay”, “Boquita de Caramelo” o “Cariñito” siguen sonando décadas después. ¿Por qué cree que esas canciones trascienden el tiempo?
Son canciones 100 % bailables, alegres, pero con mensaje. No son canciones vacías. “Adonay” es una historia real, no algo imaginado.
“Cariñito” tiene más de 30 millones de reproducciones. Son canciones que cuentan cosas que le pasan a la gente y por eso siguen conectando.
A menudo se asocia esa música a grandes voces. ¿Cómo entienden ustedes ese vínculo entre cantante y orquesta?
Las canciones no son del cantante solamente. Rodolfo fue un gran artista, pero sus temas icónicos los grabó con Los Hispanos. Es como un edificio: se necesitan dos columnas.
Aun cuando Rodolfo no estaba, nosotros seguimos adelante. Incluso él mismo sabía que Los Hispanos eran un soporte fundamental.
La división que dio origen a otras agrupaciones fue un momento clave. ¿Qué les dejó esa etapa difícil?
Fue una época en la que todos ganamos y todos perdimos. Nosotros éramos empleados de banco y había una disyuntiva entre el banco y la orquesta.
Otros músicos querían dedicarse de lleno a la música. El grupo había nacido en el garaje de la casa de nuestro padre, Faustino Jiménez, y por eso registramos el nombre cuando supimos que querían hacerlo sin nosotros.
Ese episodio quedó como uno de los errores más grandes de la industria musical.
A lo largo de los años, Los Hispanos se convirtieron en una escuela musical. ¿Cómo asumen ese legado?
Por Los Hispanos han pasado más de 10 o 15 cantantes. Muchos tuvieron aquí su época de oro. El grupo ha sido más que una orquesta: ha sido una escuela.
Ustedes también fueron protagonistas de una época social muy distinta, como las empanadas bailables. ¿Qué significaron esos espacios?
Eran fiestas para muchachos entre 12 y 17 años, sin licor, de tres a seis de la tarde. La idea era que aprendieran a bailar, a conocerse, y luego se iban a misa. En esa época ayudamos a que los jóvenes fueran decentes y se cuidaran.
Hoy, con plataformas digitales y nuevas generaciones, ¿Cómo dialogan con el presente?
Antes se grababan discos completos; hoy la gente descarga una canción en plataformas. Todo cambió, pero la música sigue llegando.
Finalmente, ¿qué sienten cuando ven a jóvenes cantar canciones que nacieron antes de que ellos existieran?
Mucha satisfacción. Ver niños cantando “Cariñito”, ver jóvenes decir que esa música sonaba en la casa de sus papás o abuelos, es muy gratificante.
La música de Los Hispanos está viva. Gracias al público y a la prensa que siempre nos ha apoyado.