El cuerpo no miente: las señales invisibles
Ansiedad silenciosa: el trastorno que se esconde tras la productividad
Cada día, millones de personas se despiertan temprano, revisan correos antes de desayunar, llenan su agenda con reuniones, cumplen plazos imposibles y siguen sonriendo. Desde afuera, parecen exitosos, comprometidos, incluso admirables.
Pero por dentro, lidian con una batalla invisible: palpitaciones sin causa, fatiga crónica, insomnio persistente, una sensación de urgencia constante que nunca se apaga.
Es la llamada ansiedad de alto funcionamiento, un trastorno que se ha camuflado perfectamente en la cultura del rendimiento.
En un mundo que glorifica la productividad y la hiperconexión, cada vez más personas sufren ansiedad silenciosa, sin saberlo.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos de ansiedad afectan a más de 300 millones de personas en el mundo, pero una fracción importante de ellas nunca busca ayuda profesional, en especial aquellas que siguen siendo “funcionales”.
Cuando el éxito esconde un malestar crónico
Para Carolina Mejía, psicóloga clínica especializada en salud mental laboral, la ansiedad de alto funcionamiento es uno de los grandes desafíos contemporáneos.
“El problema es que no parece un problema. Estas personas no ‘colapsan’ en público. Al contrario: entregan resultados, son detallistas, cumplen con todo. Pero lo hacen impulsadas por un estado de tensión permanente, por el miedo a fallar, a decepcionar o a no ser suficientes”, explica.
Esta forma de ansiedad es particularmente común entre adultos jóvenes profesionales, en especial mujeres entre los 25 y 40 años.
“Hay un patrón muy marcado: personas que no pueden descansar sin sentirse culpables, que confunden su valor con su productividad, que viven en un estado de anticipación constante, como si algo malo fuera a pasar si no están siempre activas”, añade Mejía.
Lucía Ramírez, abogada de 34 años, comparte su testimonio: “No me sentía ansiosa. Solo me consideraba una persona eficiente. Pero llegó un punto en que no podía dormir, se me caía el cabello, me daban taquicardias. Fui al médico pensando que tenía un problema físico y terminé diagnosticada con trastorno de ansiedad generalizada. Me costó aceptar que algo no estaba bien porque yo funcionaba, trabajaba, producía ¿Cómo podía estar enferma?”
Aunque la mente se entrena para resistir, el cuerpo no siempre puede seguir el ritmo.
La ansiedad de alto funcionamiento suele expresarse de forma fisiológica: tensión muscular crónica, trastornos digestivos, agotamiento extremo, pérdida de peso, migrañas, y un estado de alerta continuo que impide el descanso reparador.
“Uno de los efectos más graves es que el sistema nervioso vive activado, como si estuviera en modo ‘emergencia’ todo el tiempo. Esto produce desgaste físico y mental severo, e incluso puede derivar en trastornos mayores como depresión o agotamiento crónico (burnout) si no se atiende a tiempo”, señala la psiquiatra Lina Botero, del Hospital Universitario de San Ignacio.
A diferencia de otros tipos de ansiedad, la de alto funcionamiento no suele incluir crisis visibles.
No hay ataques de pánico dramáticos ni bloqueos totales.
El deterioro es silencioso, progresivo y muchas veces pasa desapercibido incluso por familiares o colegas cercanos.
¿Por qué no pedimos ayuda?
Uno de los grandes obstáculos para el diagnóstico temprano es la normalización del estrés.
En muchas culturas urbanas y profesionales, vivir apurado, dormir poco, estar ocupado y postergar las vacaciones son vistos como signos de éxito.
“Decir ‘estoy agotado’ es casi una medalla de honor. Decir ‘necesito ayuda emocional’ es visto, todavía, como un signo de debilidad”, explica la terapeuta Johana Martínez, experta en bienestar corporativo.
Además, las redes sociales y los discursos motivacionales mal entendidos pueden reforzar el problema.
Frases como “tú puedes con todo”, “el éxito es no parar” o “sacrificio hoy, recompensa mañana” terminan funcionando como trampas mentales para quienes ya viven bajo presión.
Otro factor clave es la falta de herramientas de detección en el sistema de salud primario.
La ansiedad de alto funcionamiento rara vez se identifica en consultas médicas generales.
“Si no hay una crisis aguda, se subestima el síntoma. Por eso es urgente capacitar al personal médico y promover estrategias de atención integral en salud mental”, agrega Botero.
¿Qué podemos hacer?
El primer paso es visibilizar esta forma de ansiedad. Nombrarla. Validarla.
Entender que no todo lo que funciona está sano.
También es fundamental desmontar la creencia de que solo los que colapsan necesitan ayuda.
La ansiedad silenciosa puede tener consecuencias igual de graves, aunque se esconda tras una agenda impecable.
Desde la salud pública, los expertos recomiendan:
– Incluir chequeos emocionales en las valoraciones médicas regulares.
– Promover campañas educativas sobre ansiedad en entornos laborales y universidades.
– Implementar espacios de atención psicológica accesibles en empresas y EPS.
– Enseñar habilidades de autocuidado desde la infancia: respiración consciente, descanso activo, límites emocionales.
A nivel personal, pequeñas acciones pueden marcar una diferencia: tomarse pausas sin culpa, identificar pensamientos obsesivos, permitirse no hacer nada, y hablar sobre lo que se siente con personas de confianza o terapeutas.
El valor de no hacer nada
En un mundo que aplaude el hacer constante, aprender a detenerse es un acto de valentía.
Reconocer que estás cansado no es fallar: es escucharte.
Pedir ayuda no es rendirse: es darte una nueva oportunidad.
La ansiedad silenciosa no tiene que convertirse en tu manera de vivir.
Si has llegado hasta aquí, tal vez sea el momento de preguntar: ¿Y si no tengo que poder con todo? ¿Y si descansar también es una forma de sanar?
Porque el verdadero bienestar no se mide en productividad, sino en la paz que sientes cuando apagas todo… y aún así te reconoces.