El cuerpo también llora
¿Cómo las emociones atrapadas se alojan en tus órganos?
¿Te ha pasado que te duele el estómago después de una pelea? ¿Qué se te cierra el pecho cuando estás triste? ¿Qué tu cuello se tensa cada vez que callas lo que de verdad quieres decir?
No es coincidencia. Es tu cuerpo hablándote. Porque lo que no se expresa con palabras, se manifiesta con síntomas. Y lo que el alma no llora, el cuerpo lo somatiza.
En la visión esotérica y energética del ser humano, cada órgano está vinculado a una emoción.
El hígado guarda la rabia reprimida. El estómago, la ansiedad no digerida. Los pulmones, la tristeza profunda. La garganta, las palabras que nunca salieron.
Y el corazón… guarda todo: los amores no correspondidos, los duelos no sanados, las alegrías pasadas que aún lloramos por dentro.
Estas ideas no son nuevas. Están presentes en la medicina tradicional china, en el reiki, en el chamanismo y en muchas culturas antiguas que veían el cuerpo como una extensión del alma.
Hoy, incluso la medicina occidental empieza a aceptar que el estrés crónico, la angustia emocional y los traumas de infancia pueden generar enfermedades reales: colon irritable, migrañas, insomnio, hipertensión.
Pero más allá del diagnóstico, está la sabiduría silenciosa del cuerpo. Porque tu cuerpo no te traiciona.
Te protege. Te avisa. Te susurra lo que tu conciencia aún no quiere mirar. Y cuando llevas años siendo fuerte, tragando palabras, posponiéndote, sosteniendo a todos menos a ti… el cuerpo empieza a gritar.
No es casualidad que te enfermes justo después de tomar una decisión que va contra tu deseo.
No es raro que la espalda te duela justo cuando cargas más de lo que puedes.
No es loco que tu piel reaccione cuando te sientes expuesta o insegura. El cuerpo es tu oráculo más sabio.
¿Y qué hacer con todo eso? Primero, escuchar. Detenerte. Preguntarte no solo “qué me duele” sino “qué estoy sintiendo”.
¿Qué me estoy guardando? ¿Qué me niego a soltar? ¿Qué parte de mí pide ser mirada, nombrada, llorada?
Después, honrar el dolor. Llorar sin juicio. Escribir lo que no pudiste decir.
Abrazar tu vientre en silencio. Cantar aunque no sepas. Bailar aunque no haya ritmo. Volver al cuerpo como espacio sagrado, no como enemigo.
Y finalmente, liberar. Con rituales sencillos: baños con sal, limpiezas con humo, respiraciones profundas, meditaciones guiadas, contacto con la tierra.
No necesitas ser chamana para cuidar tu energía. Solo necesitas intención y presencia.
Cuando limpias el cuerpo de emociones estancadas, algo se desbloquea. Llega más energía.
Se disuelve el dolor. Y, poco a poco, aparece una versión de ti más liviana, más consciente, más viva.
El cuerpo no olvida. Pero también sabe perdonar. Solo necesita que lo escuches.
Porque cada síntoma es una historia no contada. Y cada órgano… es una carta que el alma te escribe cuando ya no puede más.