Hablar de otros dice mucho de nosotros
¿A qué se debe el placer de contar y escuchar chismes?
Contar y escuchar chismes es una actividad que, aunque suele ser mal vista, forma parte de casi todas las culturas. Ya sea en la oficina, en un grupo de amigos o incluso en redes sociales, el chisme tiene un lugar privilegiado.
Pero, ¿Por qué genera tanto placer? ¿Qué hay detrás de esa necesidad de compartir lo que sabemos o creemos saber sobre los demás?
La ciencia y la psicología social tienen varias respuestas, y todas apuntan a que el chisme cumple funciones mucho más profundas que simplemente matar el tiempo.
El chisme fortalece vínculos sociales
Según diversos estudios, hablar de otros ayuda a fortalecer las relaciones interpersonales. Compartir un chisme crea una especie de “alianza emocional” entre quien lo cuenta y quien lo escucha.
Este tipo de interacción genera sentimientos de cercanía, pertenencia y confianza.
Por eso es tan común que las personas chismeen más con quienes tienen vínculos cercanos. Se trata de una forma de reforzar la conexión social y de sentirse parte de un grupo.
Liberación de dopamina: el placer químico del chisme
Desde el punto de vista neurológico, hablar sobre la vida de los demás –especialmente si se trata de información impactante o secreta– activa los centros de recompensa del cerebro. Se libera dopamina, el neurotransmisor asociado al placer y la motivación.
Esto explica por qué muchas personas sienten una satisfacción inmediata al enterarse de un nuevo chisme o al compartirlo. No es solo curiosidad: es una respuesta química que genera bienestar.
El chisme como forma de control social
Otra razón por la que el chisme es tan popular es su función reguladora dentro de las comunidades. A través del chisme, se comunican normas sociales y se señala quién está cumpliendo o rompiendo esas reglas.
De alguna manera, chismear permite al grupo evaluar comportamientos ajenos sin confrontación directa.
Es una manera de establecer límites y reforzar valores colectivos, aunque muchas veces esta función puede deformarse y terminar en críticas destructivas o exclusión.
Curiosidad humana: queremos saberlo todo
El ser humano es curioso por naturaleza. Nos interesa lo que hacen los demás, cómo viven, qué ocultan y cuáles son sus errores.
Esta curiosidad no solo es innata, sino que también ha sido clave para la evolución social de nuestra especie.
Saber lo que ocurre en nuestro entorno especialmente en relación con otras personas nos da una sensación de control, anticipación y seguridad.
El chisme, entonces, se convierte en una herramienta para entender y navegar el mundo social.
¿Es malo chismear? Depende del enfoque
No todo chisme es dañino. Existen los llamados chismes prosociales, que se centran en advertencias o consejos sobre personas o situaciones potencialmente peligrosas o injustas.
Pero también están los chismes maliciosos, que buscan dañar la reputación de otros sin ninguna intención constructiva.
La clave está en la intención y en la forma. Contar un chisme sin verificar su veracidad, o hacerlo con el propósito de hacer daño, sí puede tener consecuencias negativas tanto para quien lo cuenta como para quien lo escucha.
El placer de contar y escuchar chismes tiene raíces profundas en la psicología, la biología y la necesidad de vivir en comunidad.
Aunque debemos ser conscientes de cómo y por qué chismeamos, no hay duda de que esta práctica forma parte de lo que nos hace humanos.
Como en todo, el equilibrio y la ética marcan la diferencia entre un chisme inofensivo y uno destructivo. Así que la próxima vez que te llegue un chisme… piénsalo dos veces antes de compartirlo.
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*Este artículo fue elaborado por un periodista del Diario Occidente usando herramientas de inteligencia artificial.