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Más que fundación e independencia

Historia caleña de los años setenta

Historia caleña de los años setenta
viernes 1 de julio, 2022

Luis Ángel Muñoz Zúñiga
Especial Diario Occidente

Cada 3 y 25 de julio, los caleños celebramos la independencia y la fundación de la ciudad. En tales efemérides enaltecemos nuestra “caleñidad”.

Pero la historia de los pueblos es dinámica y no podemos limitarla a dos hechos.
Sería improcedente caracterizar sus extensas épocas con unos pocos hechos.

Por eso, la página Cultura del Diario Occidente, hoy trae a sus jóvenes lectores, unos hechos trascendentales de la ciudad del siglo pasado y les describe cómo era la cultura juvenil caleña de los años setenta, que hoy pueden testimoniar los adultos mayores, protagonistas de entonces.

Años setenta

En los convulsionados años setenta del siglo XX, los jóvenes caleños lucieron cabellos largos y vistieron camisetas con estampados del Che Guevara.

Otros, emulando a los hippies, exhibían la figura de una mano en señal de paz.

Los pacifistas, no izquierdistas, tuvieron otros ídolos: Dilan, Zeppelin, los Beatles y los Rolling Stones.

En este panorama también hubo jóvenes de cabello corto que lucían trajes deportivos con emblemas de los VI Juegos Panamericanos, porque ansiosos esperaron esa gesta deportiva internacional.

La demografía de la ciudad estaba estratificada: en el norte y en las primeras unidades de apartamentos al sur, vivía la clase media.

Coexistían también barrios populares construidos por los pobres en lotes adquiridos a plazos, otros, resultado de invasiones, con calles aún sin pavimentar.

Los muchachos se dedicaban al rebusque y los fines de semana se divertían en los “Agualulos” o bailes de cuota donde disfrutaban al son de las pachangas y de la salsa de Richi Ray.

Esos salseros, además, fueron hinchas que los domingos aplaudían a sus equipos.

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Modas y costumbres

Las parejas escuchaban baladas en la zona rosa de la avenida Sexta.

Caminaban confundidas entre hippies que vendían cachivaches en los andenes y extranjeros que llegaban atraídos por la fama citadina de “Sucursal del cielo”.

Cuando Cali todavía no estaba asfixiada por edificios sobre los cerros tutelares, en la avenida Sexta aún se respiraba la brisa proveniente de los Farallones.

Se caminaba desde el parque La María hasta llegar a los talleres del ferrocarril y leíamos sobre el puente: “Bienvenidos a Cali, Chipichape y Yumbo”.

En los setenta la moda de los muchachos era de camisas de cuello grande, pantalón ceñido confeccionado a dos colores, mangas boca campana y zapatos de plataforma.

Las niñas, que ganaban su autonomía ante sus padres, rebeldes lucieron minifaldas y se confirmaron como las mujeres más bellas del mundo.

La ciudad estaba sectorizada: el parque La María era para los enamorados; la avenida Sexta era la zona rosa; San Nicolás y el Obrero, eran sitios emblemáticos de los primero de mayo y de protestas obreras; los lugares aledaños a la antigua sede de la Universidad del Valle, en San Fernando, y el “Parque De los Estudiantes”, junto al Colegio de Santa Librada, eran lugares icónicos para la protesta estudiantil.

En la “Sucursal del cielo” de los años setenta, los jóvenes pregonaban: “¡Cali es Cali, lo demás, es loma!”.

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Ciudad combativa y deportiva

La ciudad logró la fama de “Capital Deportiva de América” y se acreditó sede de los VI Juegos Panamericanos de 1971.

La urbe que a mediados del siglo XIX inspiró a Jorge Isaac para su historia romántica de “María” (1867), un siglo después fue la ciudad hospitalaria con cien barrios caleños y trescientos mil habitantes.

La historia de Cali se partió en dos, antes y después de los VI Juegos Panamericanos.

En esos años de progreso, Cali creció hasta convertirse en una metrópoli con más de un millón de habitantes.

Los juegos, además de gesta deportiva y faro de progreso, cumplieron con la función pacificadora al apagar la llama estudiantil de 1971.

A Cali habían llegado delegaciones de todas partes al Congreso Nacional de la Federación Universitaria.
Los estudiantes habían sacado la universidad a la calle.

Los muchachos del bachillerato se sumaron a la causa universitaria.

El 26 de febrero de 1971, cinco meses antes de la inauguración de los VI Juegos Panamericanos, empezó el estallido social que terminó en paro estudiantil, disturbios y muertos.

La proximidad del evento internacional, incidió para que el presidente Misael Pastrana Borrero conciliara a favor de los universitarios: ellos pedían presupuesto para la educación, autonomía y las renuncias de Alfonso Ocampo Londoño, rector de la Universidad del Valle, y de Luis Carlos Galán Sarmiento, ministro de Educación Nacional.

La Cali de los setenta, más que ciudad pachanguera, fue el meridiano nacional de la protesta estudiantil.
El fútbol también hizo parte de la historia caleña, por ser un espectáculo de masas.

Los caleños protagonizaron pasiones populares que evolucionaron, extrañamente las celebraciones desfogaron en odios.

Anteriormente, el estadio Pascual Guerrero era el templo donde los hinchas aplaudían a sus dioses del balón.

Ningún político reunía más simpatizantes en la plaza pública, como sí lo hacía cualquiera de los equipos en el estadio.
En los noventa, cuando el narcotráfico permeó a uno de los equipos, la violencia fue un fenómeno que también se reflejó en las tribunas.

Los hinchas de ambos equipos organizaron barras que transformaron en violencia los aplausos de otrora.
Los clásicos se convirtieron en encuentros temerarios cuyos goles ya no fueron motivo de celebración, sino el inicio de batallas campales.

Bien cabe una frase de Eduardo Galeano: “Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. El domingo se conjura la vida obediente del resto de la semana. El fanático tiene mucho que vengar”.

Las memorias caleñas de los años setenta también hacen parte de la historia de nuestra ciudad.

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Fotos: Alcaldía de Cali y Occidente

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