La gente que no sabe descansar
El nuevo agotamiento de fingir productividad
Hay un tipo de cansancio que no se quita durmiendo. Es ese agotamiento invisible que sentimos incluso cuando no hemos hecho nada “grande”.
Un cansancio que nace de intentar demostrar que estamos bien, ocupados, útiles, funcionando. Porque en la era moderna, descansar se volvió sospechoso.
Decir “no estoy haciendo nada” suena casi indecente. La gente te mira con cara de culpa o admiración, como si hubieras revelado un secreto prohibido.
Por eso preferimos disfrazar el descanso: decimos “estoy recargando energía”, “aprovechando para organizarme”, o “dándome un tiempo productivo”. Hasta el silencio tiene que sonar estratégico.
Las personas que no saben descansar son las nuevas mártires del multitasking. Dicen que van a dormir temprano y terminan limpiando la cocina, contestando correos o revisando si la lavadora terminó.
“Ya que estoy despierto, aprovecho”, piensan, mientras su cuerpo suplica una pausa. Porque el descanso, en esta época, necesita justificación.
Todo comenzó con la obsesión por la productividad. Nos convencieron de que cada minuto debe tener propósito.
Si no produces, sientes que pierdes el día. Si no haces ejercicio, meditas o aprendes algo, crees que fallaste como adulto funcional.
El ocio genuino —ese de no hacer nada, de mirar el techo o escuchar el viento— se volvió un lujo incomprendido.
Hay quienes incluso programan el descanso como si fuera tarea. “De 3:00 a 3:30, descanso consciente”. Y claro, en ese lapso aprovechan para revisar redes, responder mensajes pendientes y sentir culpa por no estar haciendo algo más útil. Es un círculo perfecto de autoexigencia disfrazada de bienestar.
Las redes
El “descanso productivo” también tiene su versión digital. Gente que publica fotos de su día libre con frases como “mi cuerpo necesitaba esto” o “recargando energías para lo que viene”.
Como si descansar sin subir evidencia fuera pecado. En la era del rendimiento constante, hasta el sofá necesita branding.
Y no hablemos del descanso interrumpido por la culpa. Estás viendo una serie y tu mente te recuerda lo que no hiciste. Intentas dormir, pero recuerdas los pendientes del trabajo.
Vas de paseo, pero sientes remordimiento por no “aprovechar” mejor el tiempo. Es la paradoja del cansancio moderno: queremos descansar, pero no sabemos cómo detener la máquina interna que nos mide por resultados.
En el fondo, no saber descansar es una forma de miedo. Miedo a detenernos y escuchar lo que hay detrás del ruido.
Miedo a darnos cuenta de que no todo lo que hacemos tiene sentido. Por eso nos llenamos de tareas, de listas, de metas. Porque parar da vértigo.
La industria también lo sabe. Nos vende el descanso como experiencia premium. Spa, yoga, meditación guiada, escapadas wellness.
Todo lo que antes era gratis —cerrar los ojos, respirar, quedarse quieto— ahora se compra con membresía. El descanso dejó de ser derecho para convertirse en producto.
Sin embargo, descansar no es perder tiempo. Es darle al cuerpo y a la mente la oportunidad de reiniciarse.
No es flojera, es sabiduría. Porque si no paras tú, la vida te detiene. El agotamiento no siempre avisa con cansancio físico: a veces llega en forma de apatía, insomnio o ansiedad.
Aprender a descansar es un acto de rebeldía contra la cultura del rendimiento. Es decirle al mundo: “No soy una máquina”. Es apagar el celular sin sentir culpa, decir “no quiero hacer nada” y realmente no hacerlo. Es permitirte existir sin producir, sentir sin justificarte.
El descanso auténtico no tiene filtros, ni objetivos, ni hashtags. Es mirar el techo sin pensar en nada. Es dormir sin planear el día siguiente. Es dejar que la mente se vacíe un rato, como un computador que se enfría después de trabajar demasiado.
Así que la próxima vez que alguien te pregunte qué hiciste el fin de semana, atrévete a responder: “Nada”
No “descansé para rendir mejor”, ni “me desconecté para volver con energía”. Simplemente: nada. Verás que suena raro, pero se siente increíble.
Descansar, de verdad, no es detener la productividad, es recuperar la humanidad. Porque solo cuando dejamos de fingir que siempre podemos, recordamos que estar quietos también es una forma de seguir vivos.