En la Biblioteca Departamental: éxito de Oiga, Mire, Lea

Lectores entre vigilia y sueño

lunes 9 de septiembre, 2024

Luis Ángel Muñoz Zúñiga
Especial Diario Occidente

Jorge Luis Borges alguna vez confesó que se había pasado toda la vida aprendiendo a leer y que a sus ochenta años dudaba que lo hubiera alcanzado.

¿Sería un pretexto para justificar su adicción? Cuando leemos un libro, más que enriquecernos cognitiva y culturalmente, este tiene la virtud de propiciar estados de ánimo entre la vigilia y el sueño.

Vigilia son los momentos placenteros que experimentamos cuando al leer nos prolongamos despiertos en el tiempo, aunque lo hagamos en horas nocturnas dedicadas para dormir.

Sueño, cuando la lectura nos abstrae de los grupos humanos y de las demás actividades físicas, hasta concentrarnos exclusivamente en las páginas que leemos y soñamos como si estuviéramos dormidos.

Pero en los últimos tiempos disminuye el número de lectores, fenómeno que se agudiza cuando las horas que dedicamos a la lectura son relevadas por la adicción al celular.

Son mayoritarios los usuarios de celular cuya dependencia satisface la búsqueda de imágenes y banales videos de Tik-tok. Anteriormente, veíamos que las personas mientras hacían fila, aguardaban turno leyendo la prensa o los capítulos de un libro. Hoy, calman la impaciencia digitando indiscriminadamente su celular.

Rechazo al modo imperativo

Leer, como ocurre con los verbos amar, dormir, soñar, comer y jugar, tampoco se dejará conjugar en modo imperativo. Nadie obedece a los mandatos: ¡Ama con sinceridad! ¡Duerme temprano! ¡Come la ensalada! ¡Juega con tu compañero! Por eso también sería erróneo que un docente por castigo le ordene a un alumno: ¡Anda a la biblioteca y lee un libro! Lo mismo que un padre de familia le grite a su hijo: ¡Vete a tu cuarto y lees tu cartilla! Hoy se lee por placer.

Por eso los promotores de la lectura harán bien su oficio si saben seducir a los niños y a los jóvenes con textos amenos y, desde luego, como ejemplo, involucrándose con ellos en el ejercicio.

En el pasado no hubo necesidad de seducir a nuevos lectores con estrategias, porque la lectura colectiva y los foros, eran una costumbre propia de la juventud de los años setenta, digamos mejor, que leer era uno de los deberes apasionados de la militancia.

Así mismo, en los horarios escolares, figuraban tiempos de lectura libre en la biblioteca. En las listas de textos escolares no se solicitaba libros-talleres, que los estudiantes estaban obligados a resolver en cada periodo. Los textos escolares aún no habían perdido esa frontera seductora entre el sueño y la vigilia.

Recuerdos de infancia

Los nacidos a mediados del Siglo XX fueron buenos lectores porque se favorecieron con alguno de tres golpes de suerte: 1-. Que les enseñara un maestro amante de la lectura. 2-. Estudiar en un colegio con biblioteca. 3-. Vivir en una ciudad cuya clase política consideró importante fundar bibliotecas públicas. A quienes adolecieron de esa suerte, además de ser chicos pobres, se iniciaron en la lectura en revistas que disponían las peluquerías para entretener los clientes que se turnaban. Otros, sentados en bancas de portones, donde alquilaban revistas de historietas para niños, mientras los más jóvenes, leían novelas del oeste. No faltaron los voceadores de prensa que al terminar la jornada leían los ejemplares sobrantes. La estratificación social, desde luego, influyó en algunos escritores que hoy recuerdan las anécdotas placenteras de la lectura, compartidas con sus progenitores. Héctor Abad Faciolince, por ejemplo, se volvió lector, al emular a su padre: “El mejor cuarto de la casa, según el recuerdo de mi niñez, era la biblioteca. Lo mejor y curioso del sitio, era que mi papá entraba allí deprimido, con cara de furia o de cansancio y al cabo de unas horas de misteriosa alquimia, salía transformado en la persona radiante y alegre que yo más quería”.

Sin pedantería, ni idolatría

El promotor de lectura debe cuidarse de la pedantería y la idolatría. Jamás puede ostentar ser un erudito que conoce las obras, más que los mismos autores. Incurren en la idolatría, cuando presentan a los autores como seres superiores, haciendo sentir a los lectores como poca cosa, algo que los vuelve reacios a la lectura.

Hay que seducir con las esencias bibliográficas, si queremos cualificar a los simples frecuentadores de las ferias de libros y las bibliotecas públicas, como también, a aquellos que hacen inventario de autores y sus libros, redundando como eruditos repetidores de citas.

El promotor de lectura está llamado a reivindicar el diálogo imaginario entre los autores y los lectores; así mismo a promover la inteligencia activa, que es distinta a la erudición pedante.

Es casi imposible mediante meras campañas en periodos gubernamentales, afirmar que aceleradamente subirán los índices de lectores y peor que en pocos meses, anuncie: “Colombia se transforma en un país de lectores”. Será más sensato decir que con las campañas de promoción y de construcción de bibliotecas, lo que se pretende es democratizar la lectura. Evoquemos las palabras de Federico García Lorca cuando, invitado en 1933 a la inauguración de una biblioteca, expresó: “Si tuviera hambre, pediría medio pan y un libro”.

Derechos del lector

Daniel Pennac publicó “Como una novela. Derechos imprescriptibles del lector” (1992), un manual que siempre deben portar y aplicar los docentes, los bibliotecarios, los promotores de lectura y los talleristas. En el pertinente ensayo, postula los siguientes principios o derechos de los lectores: 1-. El derecho a no leer. 2-. El derecho a saltarse páginas. 3-. El derecho a no terminar un libro. 4-. El derecho a releer. 5-. El derecho a leer cualquier cosa. 6-. El derecho al bovarismo (enfermedad textualmente transmisible) 7-. El derecho a leer en cualquier parte. 8-. El derecho a picotear. 9-. El derecho a leer en voz alta. 10-. El derecho a callarnos.

Para profesores

José Luis Garcés González, concluyó en una columna “Para profesores” (Montería 28 de enero de 2001), un mensaje sobre los jóvenes lectores, con la siguiente metáfora: “Después de tanto manoseo, el estudiante, no el libro, será una fruta madura. Lo ha acariciado, ha entrado en intimidad con sus páginas y esa caricia lo ha poseído. Y no tiene más alternativa. Ha estado tan cerca que ya ese muchacho o esa muchacha, es del libro. Le pertenece. Y pertenecerle es penetrarle. Entrar a su texto. Confundirse con él. Meterse en su historia. Leerlos. Que es poseer su verdadera carne y su verdadera alma”.


Comments

Otras Noticias