Un encuentro de novela

Pequeña crónica de la visita de Gardeazábal a “Taponcho”

Fotos: Especiales para el Diario Occidente
jueves 26 de septiembre, 2024

Por: Leonardo Medina Patiño

El mediodía del viernes 20 de septiembre de 2024 en la carrera 26 No. 23- 41 del tradicional y popular barrio Tomás Uribe (que evoca la memoria de los hermanos Uribe-Uribe) no fue igual en Tuluá, que se bañaba con el Sol canicular que por estas calendas la arropa.

Y no fue igual -no por los disparos de pistola o ráfagas de metralla que han vuelto a sonar en el centro del Valle-, sino por la emocionante visita del escritor Gardeazábal al restaurante de “Taponcho”, al que había anunciado acudir, diciéndole al propietario del restaurante, que iría a desandar sus pasos. Y así lo hizo.

Llegó escoltado por Alfredo Saldarriaga, músico, pintor, chef, quien como fiel compañero de vida ha sabido llevarle sus pasos y sus rutinas, como esposo que quiere lo mejor para su amado. También lo acompañó su hermana y una cercana amiga de la familia Álvarez Gardeazabal.

Tuluá lo ha visto crecer en todo sentido.

Desde las primeras letras y lecturas, como cuando se hizo elegir por voto popular en dos ocasiones, caminando calle a calle, el entonces pequeño municipio de Tuluá del que rigió sus destinos…
Promovió su candidatura con un libro titulado “Perorata”, del que aún conservan mis familiares de Tuluá algún ejemplar de entonces.

Se paseó en elefante por las calles del pueblo, se tiró en neumático por las aguas del río Tuluá, en fin, puso a sonar al pueblo en toda Colombia, conjurando esos amargos días de León María Lozano.

En su visita a Taponcho se dejó guiar como visitante de museo por toda la casa-restaurante, observando atentamente las piezas, recortes de prensa con noticias de su época de alcalde o gobernador, fotografías de reinas de belleza, de equipos de fútbol, esculturas, teléfonos antiguos, y demás objetos que ha sabido conservar Taponcho bajo el techo de su morada.

Gardeazabal lo seguía, reía, y preguntaba a cada tanto.

Contempló la escultura de Vurkovitsky (que le trajo dolores de cabeza) y se fotografió junto a ella con Taponcho, olvidando ingratos momentos superados solo por su templanza.

Al pasar de un lado a otro se vio retratado desnudo y cubierto con una hoja de parra en sus partes íntimas que fue portada en prestigiosa revista de circulación nacional, mostrando su nalgatorio desnudo, y sonriente como buen mamagallista.

Por fin se sentó el escritor Gardeazabal y su compañía a deleitarse de las deliciosas viandas que se fritan donde Taponcho.

Volvía a sonreír, se veía alegre, cómodo, siendo el centro de atención.
Estando en esas, sentado en la cabecera de la mesa, como un Monarca, y bajo el amparo de una virgen que acompaña el salón del restaurante le entregó a Taponcho su novela “Comandante Paraíso”, con dedicatoria incluida, que dice: “a Taponcho, quien figura en la página 229 con honor y gratitud…”

Le dije a Taponcho, apenas me envió las fotos y el video de la visita, que ojalá ese encuentro no sea el de desandar los pasos de nuestro amigo de El Porce, como se lo dijo.

Que sea mejor una de tantas más que debe hacer y ojalá podamos coincidir, bajo el cielo azul del corazón del Valle.

Luego reflexioné sobre el paso fugaz del hombre por la esfera terrestre, porque días antes visité el mausoleo del tulueño que ha dispuesto en el cementerio San Pedro de Medellín, donde elevé una plegaría (a manera de poesía), pidiendo a una fuerza superior o al Gran Arquitecto del Universo que nos lo conserve muchos años más, y que, por lo pronto, este 31 de octubre podamos seguir celebrando junto a él su cumpleaños, con todo ese ritual que tanto le agrada y al que le pone la mística de un hombre que ha cincelado, letra a letra, paso a paso, su inmortalidad.

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