Cali, noviembre 23 de 2024. Actualizado: viernes, noviembre 22, 2024 23:32
25 de noviembre, Día de La No Violencia contra La Mujer
Rastros de sangre femenina en la literatura
Luis Ángel Muñoz Zúñiga – Especial Diario Occidente
La literatura y el derecho, cada una de estas disciplinas, desde su respectivo ámbito ficcional o jurídico, denuncian, concientizan y piden castigo por la violencia contra la mujer.
En 1999 la Asamblea General de las Naciones Unidas estableció el 25 de noviembre como el Día Internacional de la No Violencia contra La Mujer, en homenaje a la memoria de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, apaleadas en República Dominicana por agentes que cumplían órdenes del dictador Leónidas Rafael Trujillo.
En Colombia, la periodista Jineth Bedoya Lima, quien en el 2000 fuera víctima de la violencia paramilitar, secuestrada, torturada, violada y abandonada desnuda en un paraje de una vía intermunicipal, emprendió la campaña “No es hora de callar”.
Así, ella logró se aprobara la Ley 2358 de 2024, para financiar programas nacionales, departamentales y municipales orientados a prevenir, proteger y asistir a las comunicadoras víctimas de violencia, en cumplimiento de una sentencia proferida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
En Colombia, de acuerdo a un Informe de la Defensoría del Pueblo, entre enero y mayo de 2024, se registraron 47 feminicidios, 144 casos de tentativa de feminicidio y 3710 actos de violencia de género contra la mujer.
Violencia de género
Es violencia de género contra la mujer, según lo define la Ley 1257 de 2008, “cualquier acción u omisión, que le causare la muerte, daño o sufrimiento físico, sexual, psicológico, económico o patrimonial, agravada por la condición de mujer de la víctima, así como las amenazas de tales actos, la coacción o privación arbitraria de la libertad, bien sea que se presente en el ámbito público o en el privado”.
Así mismo, la Ley 1761 de 2015, tipificó como feminicidio “la conducta que causare la muerte a una mujer, por su condición de ser mujer o por motivos de su identidad de género, determinando que incurrirá en prisión de doscientos cincuenta (250) meses a quinientos (500) meses”.
Como titula y lo anuncia este informe de Cultura, hay rastros de sangre femenina en la literatura.
La violencia contra las mujeres en Colombia, como sucedió en otros países latinoamericanos, comenzó en la Conquista y se agudizó en la Independencia cuando fueron fusiladas varias heroínas.
Años después las mujeres neogranadinas y luego las colombianas sufrieron discriminación de género frente, pues no gozaron de iguales derechos civiles y ciudadanos que los varones.
Rastros de sangre
La novela, de acuerdo como se clasifique en las corrientes literarias, tiene diferentes miradas sobre la mujer, otorgándole un tratamiento clasista.
Jorge Isaacs en “María” (1867), por ejemplo, describe a una mujer de clase, sublime e inmersa en el romanticismo, aún respetada.
Según Isaacs, las mujeres afrodescendientes de la servidumbre tampoco eran violentadas en la hacienda El Paraíso. Diferente suerte corrieron las nativas del Amazonas.
José Eustasio Rivera en su novela “La Vorágine” (1924) narra la violencia cruda con que victimizaron a las mujeres nativas a principios del siglo XX, como parte de la explotación cauchera por La Casa Arana: “Los que están pidiendo mujeres, sepan que en las próximas lanchas vendrán cuarenta, oídlo bien, cuarenta, para repartirlas de tiempo en tiempo entre los trabajadores que se distingan. Además saldrá pronto una expedición a someter las tribus andoques y lleva encargo de recoger guarichas donde las haya. Ahora, prestadme atención: Cualquier indio que tenga mujer o hija debe presentarla en este establecimiento para saber qué se hace con ella”.
La violencia contra la mujer, sigue, ella es víctima de discriminación, de proxenetismo, de trata de personas, de violencia y de feminicidio.
Las causales del feminicidio, según Diana Russell, son: la ira, el odio, los celos y la búsqueda de placer.
También son relevantes: la misoginia, el sentido de superioridad de género, la concepción de la posesión sobre la mujer.
Son causales que se transmiten culturalmente, aumentando esta clase de violencia.
Feminicidios absueltos
El delito no siguió impune desde que las nuevas leyes empezaron a hacer justicia por los feminicidas, ahora en los principales diarios se despliegan en primera página las noticias sobre tales crímenes contra las mujeres.
No olvidemos que otrora los feminicidios no estaban tipificados y como simples homicidios eran absueltos, porque se justificaban cuando eran cometidos como conductas pasionales causadas por la infidelidad o por los celos.
Uno de los casos famosos que Jorge Eliecer Gaitán, vocero de la justicia social, pero que paradójicamente defendió, en el juicio hecho a Belisario Rodríguez, homicida de la joven Libia Londoño.
Tras la intervención de Gaitán fue absuelto justificado por celos: “Ah! Señores, cuando se le ofende a uno la dignidad, matamos. Libia Londoño no tuvo la culpa porque era joven e inexperta. Pero si culpo y condeno a quienes parándose sobre el sepulcro de la pálida muchacha, gritan maldiciones e injurian a Belisario Rodríguez. El deber de estas gentes es ir cerca al sagrado sepulcro y decir: Libia Londoño perdona al desgraciado Belisario Rodríguez, porque él te adoraba y por esa gran pasión fue que te mató” (Las Mejores Oraciones de Gaitán. Página 532, Editorial JORVI. Mayo de 1958).
Literatura por la no violencia
Los castigos por homicidios contra las mujeres en tiempos de Gaitán se regían por el Código Penal de 1890, justificándose por la dignidad masculina ofendida.
Pero las leyes cambiaron y el asunto penal se reflejó en la literatura, que denuncia los feminicidios, por ejemplo, Ernesto Sábato, lo hizo a través de su novela “El Túnel” (1948), narrando un crimen, que no quedó impune: “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne (…) Hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva: esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano. (…) Su rostro era hermoso pero tenía algo duro. El pelo era largo y castaño. Físicamente no aparentaba mucho más de veintiséis años, pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho. (…) Y cuando ella me miró con ojos alucinados, yo estaba de pies, en el vano de la puerta. (…) ¿Qué vas a hacer, Juan Pablo? Poniendo mi mano izquierda sobre sus cabellos, le respondí…Tengo que matarte. María. Me has dejado solo. Entonces llorando le clavé el cuchillo en el pecho”.
(El Túnel. Ernesto Sábato).