De vereda a barrio superpoblado

Terrón Colorado entre el río Cali y el Aguacatal

lunes 10 de noviembre, 2025

Luis Ángel Muñoz Zúñiga

Especial Diario Occidente

Parejas jóvenes y con sus niños pequeños fundaron la incipiente vereda que desde la década del cuarenta empezó a formarse sobre la meseta en un ramal que se desprende de la cordillera occidental y está circundado por dos cañones: del río Cali al oeste y del río Aguacatal al este.

Levantaron un caserío de veinte casas de bahareque y cañabrava, pero no tuvieron un patriarca, más bien se trataron como buenos vecinos, amables, autónomos y con diferentes orígenes ancestrales. Unas familias eran oriundas de Sevilla, Tuluá y Restrepo, y llegaban huyendo de la violencia partidista de los años cincuenta.

Otras, llegaron provenientes de Dagua, Cauca y Nariño. Las de Dagua, se enamoraron del lugar, cada vez que pasaban hacia la ciudad de Santiago de Cali por la Vía al Mar, y enfrente percibían un clima similar al de la “tierra de la piña”.

Pero, los de los municipios del norte y los de los departamentos sureños, todos andaban en la misma búsqueda de una tierra prometida, y cuando la hallaron, la denominaron “Terrón Colorado”.

Patria chica

Los niños que otrora dieron sus primeros pasos en la paradisiaca vereda, ya de adultos la reconocen como su “patria chica”, sentido de pertenencia que proyectan en el terruño donde tuvieron uso de razón, más que el municipio que los vio nacer.

La vereda se expandió porque los herederos de los antiguos predios rurales, la mayoría en el exterior, decidieron fragmentarlos y vender como parcelas.

Durante dos décadas la vereda estuvo relegada sin ser incluida al perímetro urbano, por ende, carente de acueducto, energía y alcantarillado.

Los primeros ranchos contaron con letrinas en el solar y con zanjas limítrofes por donde corrían las aguas residuales. “Don Fidel”, muy ingenioso iba al rio Aguacatal y llenaba las tinajas con agua diáfana y la ofrecía casa por casa para el consumo doméstico

Los sábados las señoras cargando bultos de ropa, acompañadas de sus maridos y sus proles, bajaban al rio Aguacatal. Cada lavandera se posesionaba de una piedra en los recodos del rio.

Mientras ellas lavaban, los chiquillos jugaban a la pelota en la amplia ribera. Entre vecinas organizaban ollas comunitarias para el sancocho, que preparaban con pescado extraído del mismo rio. Por la tarde los paseantes ascendían la loma formando réplicas de hormigas regresando a los nidos.

Recuerdos indelebles

Esas aventuras quedaron como recuerdos indelebles en los niños de entonces. Debido a la pobreza ellos hacían sus propios juguetes con el barro colorado que arrancaban de barrancos.

El paisaje veredal estaba representado por dos calles largas en el mismo sentido, una central y la otra paralela al otro lado de la manzana, con una extensión longitudinal de cuatro kilómetros.

En la calle central señalaron puntos equidistantes con nombres que identificaban por sectores:Vista hermosa”, “La Legua”, “El trapichito”, “Palermo”, “La Variante” y “El Tablazo”. Como no había nomenclatura el correo postal lo recibía la casa cural de la Iglesia “San Ignacio de Loyola”, y en las tardes a través del altoparlante se llamaba a los interesados de las correspondencias.

Los moradores para bajar al centro de la ciudad, sólo disponían de un bus escalera o chiva que hacía recorrido cuatro veces al día y los llevaba hasta el parque de Santa Rosa. Cuando a los niños se les preguntaba por sus padres, atinaban a responder “Se fueron pa Cali”.

Primeras tiendas

En la década del sesenta en la vereda sólo habían cuatro tiendas: Surtidos de “Doña Persides”, granero “El Tambo” de Don Félix María Zúñiga, tienda “Don Tito Obando” y la Fonda de Don Manuel Plaza.

El caucano era muy conversador con la clientela y para explicar el por qué del nombre del barrio, narraba una historia bolivariana:Cuando El Libertador pernoctó en la casona de La Merced subió a este potrero donde después se fundó este barrio, tomó un pedazo de barranco y al observarlo alegre exclamó ¡Terrón Colorado!”.

Pasados muchos años, sin tomarlo como objeto de investigación, todavía no se ha demostrado la validez de la anécdota o si es parte de la imaginería popular transmitida oralmente.

La economía doméstica de las primeras familias fue por autoabastecimiento: los solares tenían árboles frutales, sembrados de hortalizas, galpones y criaderos de conejos y curíes.

Clasificación de barrio

La Iglesia San Ignacio de Loyola fue la primera gran construcción que imponente se erigió en la cabecera de la vereda, el sacerdote jesuita Alberto López, fue su primer párroco, distinguido hincha del Deportivo Cali, quien se hizo famoso por ofrecer rogativas en las misas para los triunfos del “equipo amado”.

Como no había escuela los niños aprendían a leer en el kínder de las monjitas de la caridad. Quienes no lograban cupo ingresaban al kínder de Don Benjamín Ramírez, el hombre más ilustrado de la vereda, que tenía una pequeña biblioteca y además era homeópata.

Tardíamente, mediante la aprobación del Acuerdo 049 de 1964, el Concejo Municipal de Santiago de Cali, reconoció como nuevo barrio de la ciudad a “Terrón Colorado”. Desplegada la noticia, las familias acomodadas de Cali practicaron la caridad en el nuevo barrio.

Caridad y progreso

La primera escuela pública fundada en 1960, fue construida con su apoyo y por eso lleva el nombre de “Ulpiano Lloreda”.

Luego en la Legua se fundó la Escuela “José Acevedo y Gómez. En esos tiempos los estudiantes del Colegio Bermanch, catequizaban a los niños y les entregaban regalos.

El Ministerio de Agricultura puso en el barrio un INA o IDEMA, supermercado de granos con precios oficiales. La Alcaldía en 1963 entregó un Centro de Salud con servicio médico, odontológico y salud preventiva.

El servicio de acueducto empezó en 1965 con la construcción de tres tanques de almacenamiento y pilas surtidoras en cada esquina. En 1968 la empresa de transporte público “Gris San Fernando” creó la ruta No. 4 para prestar servicio continuo a los habitantes de Terrón Colorado.

Asentamientos e invasiones

La prosperidad del nuevo barrio incitó que llegaran los asentamientos irregulares en sus laderas y las invasiones que bordean la Vía al Mar, hasta el colmo que el barrio pronto padeció de superpoblación y hacinamiento, sin planeación urbana.

Un candidato alguna vez donó tarros de pintura para sus fachadas y pretendió cambiar el nombre por “Terrón Coloriado”.

Qué bueno sería que los historiadores investigaran a fondo si fue cierta la expresión de Simón Bolívar y propusieran la declaratoria de barrio patrimonial.


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