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El cantante puertorriqueño se confesó

Ismael Miranda, la leyenda de la Fania

Ismael Miranda, la leyenda de la Fania
martes 29 de mayo, 2018

POR: UMBERTO VALVERDE

Ismael Miranda nació en Aguada, Puerto Rico, el 20 de febrero de 1950. Pero cuando tenía cuatro años sus padres se trasladaron a Nueva York en busca del sueño americano, el cual, dice Miranda, nunca encontraron. Se instalaron en la Calle 13 del bajo oeste de Manhattan, un sector de malandros, drogadictos y delincuentes.

Su padre se ganaba 60 dólares al mes y gastaba treinta en comprar música. Al igual que su mamá, le gustaba mucho la música, de todos los géneros, y eran bullangueros o fiesteros. Por esa razón Miranda no se crió con juguetes sino con instrumentos musicales: congas, maracas y timbales. Desde los ocho años, Miranda empezó a ayudar con los gastos del hogar.

En una frutería limpiaba cebolla por kilo. Lustraba zapatos en un teatro vecino a su casa donde se presentaban grandes artistas internacionales, y en ese teatro vendía dulces en una cajita que se colgaba del cuello. Incursionó en grupos teatros y unos muchachos de su edificio que tenían un grupo pedían permiso en su casa para que fuera a cantar con ellos, se llamaban Pipo y su Combo.

Después empezó a tocar con Andy Harlow, donde interpretaba la conga. Varias veces llamó a Harlow para ofrecerse como cantante y éste le respondía: “Este es un grupo de hombres, no de niños”. Con Joey Pastrana grabó su primer tema Let”s Bell, un boogaloo, que por entonces estaba de moda. Pero también grabó Rumbón Melón, su primer hit en radio, que todavía se escucha en todos los sitios salseros.

img... Después de esta experiencia, gracias a ella, una vez Larry Harlow lo invitó a su casa, supuestamente para hacerle una audición. La sorpresa fue encontrarse a Ismael Rivera, el sonero mayor. En realidad, su amistad no solo era musical, sino por la droga. Harlow necesitaba un cantante y quería definir entre un veterano y un joven. A manera de reto, le dijo que si se sabía sus canciones. Miranda le dijo que todas y empezó a cantarlas. Entonces, Ismael Rivera le dijo:

“Quédate con él, tiene hambre de éxito, y de verdad, yo contigo no vamos a durar mucho”. Así sucedió. En 1968, se lanzó la producción completa titulada “Harlow presenta a Ismael Miranda”, que lo coronó como cantante y de inmediato lo llevó a la disquera Fania. La primera vez que Johnny Pacheco lo citó a un ensayo, llegó tarde por estar arreglándose para la ocasión. Pacheco le dijo: “¿Tarde a un ensayo? Qué bonito, eh”. Por la noche, lo presentó como “El niño bonito de la Fania”.

A propósito de Fania, ante las pregunta de Tuti Mejía, Miranda fue concluyente: “La Fania llegó a dominar el mundo musical latino y ser un impacto mundial gracias a Jerry Masucci y Johnny Pacheco, ellos, con sus asesores, se inventaron todo, el sonido, la escogencia de músicos, los arreglos musicales, el mercadeo y la publicidad”.

Agregó: “Fania sonaba como quería Pacheco, claro, se acompañaba de excelentes arreglistas, pero su criterio era el dominante”. Acerca de su relación con Jerry Masucci afirmó, tajante: “Conmigo siempre se portó bien, cuando no tenía casa, le dije que necesitaba y me la compró, igual un carro. Nunca me negó nada. Algunos dicen que Masucci los robó, no sé si me escondió dinero a mí, pero en negocios siempre me favoreció. Yo gané mucho dinero con ellos. Musicalmente, también llegué a la gloria. Con Celia Cruz fuimos los primeros en presentarnos en el teatro Olimpia de París donde solo cantaba Edith Piaf, Jacques Brel y Charles Aznavour”.

Miranda cuenta que el viaje a África en 1974, para presentarse en el estadio Statu Hai, de Kinshasa, antigua Zaire, fue algo inolvidable. Se fueron todos en un chárter. Héctor Lavoe se fue atrás y con Yomo Toro pusieron el desorden. Tanto que Celia Cruz se vino a cantar y sonear. Los artistas americanos, como James Brown, se unieron a esa improvisación. Miranda cuenta que estuvieron casi 13 días y fue uno de los viajes más memorables de Fania, donde se consolidó algo especial según Miranda: “Fania sobre todo fue una familia, por eso tuvimos tanto éxito. Mira, por ejemplo, Rubén Blades tomó otro camino, es actor y político, pero cuando nos vemos somos hermanos, más allá de cualquier cosa”.

En pleno auge con la orquesta de Larry Harlow se encontró un día con Nelson Pinedo, el cantante de la Sonora Matancera, orquesta a la cual le tiene devoción. El cantante colombiano, siempre tan acicalado, con una manera de hablar convincente, le dijo: “Ismael, es el momento de hacer tu camino solo, las cosas se hacen cuando andan muy bien”. A Miranda le quedó sonando este consejo, lo consultó con su manager, con su familia, y así nació la orquesta Revelación, con la cual grabó uno de sus temas más reconocidos por sus fanáticos: “Así se compone un son”, en 1973.

La Sonora
Desde niño Ismael Miranda había sido un incondicional de la Sonora Matancera. Con el primero que pudo hacer intimidad fue con Papaito. Le parecía todo un personaje, excelente percusionista, gracioso, y lleno de historias. Después conoció a Caito, a Calixto Leicea, a Javier Vázquez. Hasta que por fin estuvo frente a frente con Rogelio Martínez, su director. Le recordó que vio a la Sonora Matancera en un teatro cuando era niño. Por eso su gran anhelo era grabar con ellos, una producción llamada “La Sonora y el niño”. Para su sorpresa, a Rogelio Martínez le pareció bien. Entonces Ismael Miranda se fue a hacer el negocio con Jerry Masucci, pero a Masucci no le pareció buena idea.

“No se venderá nada, Ismael, le dijo. Ellos son muy veteranos”. Miranda lo convenció: “No me pagues a mí, a ellos quiero que les pagues 1.500 dólares a cada uno”. Lo hicieron, en la portada hay una foto de la Sonora Matancera, adelante están sentados, Rogelio Martínez e Ismael Miranda saludándose de mano.

Nunca pudieron hacer una gira juntos, porque estas se hacían según los términos de Rogelio Martínez. Una vez lo llamó y le dijo: “Hay una gira de 12 fechas, te daré algunos privilegios, estarás en el cuarto con Papaito (Miranda pensaba que debería estar solo) y te voy a pagar tanto” (eso no compensaba dejar a su orquesta, a sus músicos, porque tenían mucho trabajo, mejor pagado). Miranda, con alguna disculpa, no aceptó.

Alguna vez se subió a hacer unos coros con ellos en Cabarojeño, en Nueva York, como una concesión especial, porque eso nunca lo hacían con nadie. Tiene muchas historias con ellos. Una vez en México conoció a Welfo y a través de él a Celio González y Bienvenido Granda. De todas maneras, concluye Miranda “mi mejor orgullo es haber grabado con la Sonora Matancera, una institución de la música cubana”.

Lavoe
Con todos los integrantes de la Fania fue y es muy amigo. Pero Héctor Lavoe era alguien muy especial en su vida. En sus palabras, su hermano, su amigo, su compañero en la música y el que más lo fastidiaba. Le insistí en el tema, Miranda actuó en la película El Cantante, actuada por Marc Anthony y producida por JLO. Cuando fueron a pactar su partipación Marc lo invitó a comer con la artista del Bronx.

Lo primero que hizo fue agradecerle porque Miranda conoció a Anthony en su etapa adolescente, con su rostro lleno de granos, y en ese tiempo, le hacían bulling y lo sufría. En un momento de la película, se olvidó del libreto y le habló a Marc –el actor- como si fuera en realidad su amigo Héctor Lavoe. JLO y el director aplaudieron la escena y la dejaron tal cual.

Asediado por insistencia, Miranda contó una primicia, que nunca se ha publicado entre tantas cosas escritas. Puchi, la esposa de Héctor Lavoe, fue compañera de escuela de Ismael Miranda. También era su novia. Como la escuela era mixta, con americanos, las rubias trataban de seducirlo por su pinta latina. Puchi era tremenda y brava: se ponía un guante y buscaba a esas muchachas y les pegaba. Miranda entendió que no eran el uno para el otro, estaban muy jóvenes, y entonces, apareció Héctor Lavoe y se la presentó.

Se hicieron novios y se casaron. Miranda, receloso, habló de la última vez que lo vio faltando tres o cuatro meses para morir. Estaba en una situación física pésima. Era muy doloroso verlo y no sabía si estaba consiente de quienes lo visitaban. Cuando murió estuvo al pie de todos los acontecimientos. El día del funeral se puso a orar en una tabla, y, como llegó tanta gente, se rompió, se llevó un susto enorme.

En sus adentros, dice: “Héctor me está jorobando”. Ese día pagó 1.300 dólares en limusina porque Puchi, histérica, sin contenerse, le dio por un hacer un recorrido con el ataúd por todos los sitios donde metía vicio. Cuando Lavoe se tiró del séptimo piso de un hotel en Puerto Rico, el gobernador de la isla era muy amigo de Ismael Miranda y lo visitó ofreciéndole su ayuda, en lo que necesitara.

Héctor se quedó mirándolo y le dijo: “Consígueme un pase”. Miranda dice que se puso rojo. En el libro de Jaime Torres Torres, periodista puertorriqueño, dice que ellos dos descubrieron juntos la heroína. Leslie Pérez, la hija de Héctor Lavoe le suplicó a Ismael Miranda que despidiera el duelo. Dio unas palabras y levantó una oración a Dios por el alma de su amigo. Unos años después, cuando murió Puchi, en un accidente en su apartamento de Nueva York, Ismael Miranda asumió todos los gastos y decidió enterrarla, acompañada por los restos de su hijo con Héctor, en Puerto Rico.

54 años de carrera
Ismael Miranda está celebrando sus 54 años de vida artística. Ha publicado un sencillo, Mi manera de amar. La filosofía de su vida es vivir el momento, como el bolero que más ama, La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez, el ciego maravilloso. No le gustar pensar en el futuro, para él lo único cierto es el día, las horas que vienen.

Nadie sabe qué sucederá mañana. Ya habló con sus hijos al respecto. También con su oficina. Quiere empezar a retirarse, no tener una agenda apretada. Cantar más en teatros para incorporar el bolero, que tanto ama. Como los álbumenes que hizo con Andy Montañez.

Lo único que le pesa es que como ha tenido buena salud, le ha tocado enterrar a sus amigos: Celia Cruz, Héctor Lavoe, Tito Puente, Ismael Quintana, su papá adoptivo, el que le enseñó tanto: Santos Colón, y, más recientemente, Cheo Feliciano, acababan de hacer una gira de tres meses antes de la noche fatal.

Después del conversatorio, hablamos mucho en el restaurante del hotel. Recordé a ese Miranda cantando a Lamento de un Guajiro, con escenas filmadas en su barrio, en una fiesta que él pagó. “Te falta Pacheco”, le dije y le pregunté cómo está: “Casi no puede hablar”. Sobra decir, que es un creyente fuerte, que ha luchado su vida centímetro a centímetro, para labrar su éxito, y, para salir del infierno de la droga, por eso su tema Facetas tiene un significado especial para él. El cantante que estuvo en el Red Garder, en el Cheetah, en el Yankee Stadium, es el que me abraza.

Yo le digo, “usted es una leyenda”. Por mi mente se escucha Señor Sereno, No me curo con rumba, Arsenio, María Luisa, Así se compone un son y No me digan que es muy tarde, un tema que le encantaba a mi amigo Humberto Corredor.

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