Cali, agosto 20 de 2025. Actualizado: martes, agosto 19, 2025 23:02
Colegio Santa Anita
Del conflicto ideológico al aula compartida: así nació en Cali un modelo que logró graduar a más de 1.700 jóvenes en tres años
La escena parecía una más de las tantas ceremonias de grado que ocurren cada año en Colombia.
Pero en el Colegio Santa Anita, ubicado en Cali, lo que se celebró fue mucho más que la entrega de diplomas.
La jornada más reciente fue parte de un proceso que, en tres años de implementación, logró que más de 1.700 jóvenes culminen su bachillerato académico.
Este resultado es fruto de una apuesta educativa inusual: una alianza entre actores políticos ideológicamente opuestos que decidieron unir esfuerzos por una causa común.
Detrás de las togas y los aplausos se escondían historias marcadas por la resistencia, la exclusión y, sobre todo, la esperanza.
Uno de los momentos más significativos para Geovanny Jurado Paz, uno de los actores clave del proceso, ocurrió el 22 de diciembre de 2022, cuando presenció la graduación del estudiante más joven: un adolescente de 15 años que, a pesar de vivir en un entorno familiar marcado por la desconfianza y el maltrato verbal, logró terminar su bachillerato.
Ese mismo día también se graduó el estudiante de mayor edad: un hombre de 71 años. Su presencia no solo rompía estereotipos sobre quién puede o no estudiar, sino que se convirtió en símbolo de que nunca es tarde para comenzar de nuevo.
Para Geovanny, ese contraste generacional en una misma ceremonia evidenció la potencia transformadora de la educación cuando se vuelve accesible para todos.
Estas no fueron historias aisladas. Durante el proceso, muchos jóvenes atravesaron situaciones de violencia, consumo de sustancias y abandono estatal.
Uno de ellos, vinculado anteriormente al expendio y consumo de drogas, logró culminar su bachillerato y acceder a un empleo formal. Cada título entregado en Santa Anita representa una oportunidad concreta de cambio. No son cifras: son vidas en proceso de transformación.
De la confrontación ideológica al consenso educativo
El proyecto nació a partir de un encuentro improbable entre visiones distintas sobre cómo entender el país y la educación.
Jesús Ariel Ortega, rector del colegio, y un equipo pedagógico con trayectorias muy diferentes, coincidieron por primera vez en medio de diálogos incómodos y marcados por la desconfianza.
Al principio, el entendimiento parecía lejano. Pero al reconocer que compartían una preocupación común —el futuro de cientos de jóvenes excluidos del sistema educativo—, comenzaron a construir un espacio de trabajo conjunto, sostenido en el respeto y el propósito común.
“Insistir en lo que nos une y prescindir de lo que nos divide” se convirtió en la premisa fundacional del proyecto, afirmó Geovanny.
Esa decisión permitió construir un espacio de confianza donde se generaron los llamados “diálogos improbables”. Lejos de los debates ideológicos, estos encuentros pusieron el foco en la humanidad de cada actor.
Desde ese punto de partida, surgió una colaboración sostenida que dio lugar a uno de los programas educativos más significativos del suroccidente colombiano.
Una dirección comprometida con transformar vidas
Desde el inicio del proceso, la dirección del proyecto estuvo también a cargo de Ana Julieth Ortega, quien asumió el liderazgo pedagógico con una mirada enfocada en la inclusión y el acompañamiento integral.
Su trabajo es fundamental para articular a los docentes, generar estrategias con enfoque diferencial y mantener la continuidad del programa, incluso en los momentos más complejos.
Para ella, la educación no es solo un derecho, sino una herramienta concreta para transformar territorios. Desde su rol, promovió espacios de escucha, participación y liderazgo juvenil, apostando por un modelo donde el aula se convierte también en un lugar de sanación y reencuentro con la esperanza.
Diálogos improbables en un país polarizado
Colombia arrastra una larga historia de violencia y polarización. Más de 262.000 víctimas directas, la mayoría civiles, dan cuenta de un conflicto que dejó huellas profundas en el tejido social.
En este contexto, hablar de acuerdos entre personas de visiones políticas opuestas no solo parece improbable, sino incluso ingenuo.
Pero en Santa Anita demostraron que era posible. Para lograrlo, primero fue necesario crear un “entorno probable”, un espacio seguro donde el diálogo pudiera darse sin imposiciones.
Solo entonces surgieron las conversaciones sinceras, basadas en el reconocimiento mutuo y la escucha activa. Comprender el contexto del otro, sus creencias, motivaciones y entornos, permitió generar empatía.
Desde esa base se tejieron nuevas formas de trabajar juntos. Se trató de mirar al otro no desde sus diferencias, sino desde sus coincidencias.
En ese proceso, surgieron vínculos de respeto y afecto que permitieron sostener el proyecto incluso en los momentos más complejos.
La esperanza también se educa
Uno de los pilares del programa es la convicción de que la esperanza también se educa. No fue solo una frase simbólica, sino una orientación práctica frente a la adversidad.
Conseguir recursos para sostener el proyecto fue una de las tareas más difíciles. Durante varios meses, el equipo operó sin financiación estable, dependiendo de alianzas, donaciones y esfuerzos personales.
Los obstáculos no fueron únicamente económicos. En medio del proceso, varios estudiantes fueron víctimas de hechos violentos. Casos de sobredosis, asesinatos y desplazamientos sacudieron a la comunidad educativa.
Cada pérdida se sintió como un golpe al corazón del proyecto. Pero también reforzó el compromiso: cada joven que lograba graduarse era una vida que se alejaba de la violencia.
La institución entendió que no se trataba solo de dar clases, sino de acompañar procesos humanos. Los estudiantes no eran cifras, eran vidas.
Vidas a las que se les orientaba, se les escuchaba, se les brindaba un espacio para reconstruir su proyecto personal. En palabras de Geovanny: “Un joven graduado es un joven menos para la guerra, menos para las estructuras criminales”.
Proyección más allá del aula
Hoy, con los 1.700 graduados como respaldo, el equipo directivo y docente se prepara para expandir el modelo. Ya se iniciaron gestiones para replicar el programa en otros colegios de Cali y en dos municipios más del departamento.
Se está construyendo la malla curricular adaptada y se buscan recursos que permitan garantizar la sostenibilidad.
Además, el modelo se proyecta hacia sectores aún más vulnerables. Se quiere implementar en fundaciones que trabajan con jóvenes en rehabilitación y también en centros penitenciarios.
La idea es sencilla, pero poderosa: llevar educación donde más se necesita, donde históricamente no ha llegado.
El plan contempla alianzas que permitan a los jóvenes continuar su formación en carreras técnicas, tecnológicas y profesionales.
También se trabaja en líneas de emprendimiento y liderazgo para fortalecer sus proyectos de vida. La educación no termina en el aula: es el punto de partida para una transformación personal y comunitaria.