Cali, julio 1 de 2025. Actualizado: lunes, junio 30, 2025 21:47
Fundación San Mateo
Una vida dedicada a los abuelos: la misión inquebrantable de Dioselina en la Comuna 9
Desde hace casi una década, Dioselina Victoria Largacha dedica su vida al cuidado de adultos mayores en situación de abandono.
Desde su casa en el barrio Petecuy I, en la Comuna 9 de Cali, transformó un terreno baldío en lo que hoy es conocido como la Fundación San Mateo, un hogar que recibió a lo largo del tiempo a más de 100 personas mayores sin familia, sin techo y, muchas veces, sin esperanza.
La iniciativa nació en 2016 tras una etapa difícil marcada por la pérdida de su padre y una hija. “Eso me motivó“, recordó.
En lugar de quedarse en el dolor, canalizó su duelo hacia la acción. Su idea inicial fue fundar un hogar infantil si su hija sobrevivía, pero la vida la condujo a una misión distinta: acoger a los adultos mayores más olvidados de su comunidad.
Con ayuda de vecinos, donaciones espontáneas y su propia fe, comenzó a adecuar el terreno que antes era un botadero de basura.
Instaló lo necesario con recursos limitados y sin experiencia previa en este tipo de atención. Así nació una rutina marcada por la entrega y el servicio.
Una rutina con café, oración y pañales
Aunque el hogar está suspendido formalmente desde agosto de 2023, algunos de los abuelos se negaron a irse.
“No se quisieron ir. Ellos llevan años conmigo”, explicó Dioselina, quien continúa atendiéndolos con lo poco que tiene.
Su rutina inicia temprano: los saluda, les sirve café, organiza su aseo y les pregunta qué necesitan.
A diario gestiona los recursos para brindar desayuno, almuerzo y lo básico en aseo. “Aunque a veces no tengo, igual les pregunto qué necesitan. Papel higiénico, jabón, crema dental… y yo salgo a pedir”, dice.
Por las noches, realizan una oración colectiva, en la que cada abuelo pide por sus necesidades y por el futuro del hogar.
Uno de los mayores retos actuales es el acondicionamiento del espacio. Para levantar la suspensión, necesita reorganizar cables, mejorar algunas estructuras y cumplir con los requerimientos técnicos exigidos por Salud Pública.
“Yo reconozco que faltaban cosas, pero no fue por negligencia, fue por falta de recursos”, aclaró.
Más de cien historias de vida y despedida
En los últimos diez años, Dioselina acompañó a más de 100 adultos mayores, incluso en sus últimos momentos.
A menudo le tocó hacerse cargo de los trámites funerarios sola. “A veces duran hasta dos meses en la morgue y soy yo quien los va a preguntar. Nunca he dejado un abuelo tirado”, relató con convicción.
Recuerda especialmente a una mujer a la que llamaban “la consentida de San Mateo”, quien llegó desahuciada y terminó viviendo un año más. “La bañé, le corté el pelo, le di un café y me soltó una sonrisa. Esa abuela volvió a caminar”, contó.
También menciona a Leonardo, quien la llamaba “hija” y revivió gracias a los teteros que ella le preparaba diariamente.
Otra anécdota involucra a un abuelo que solía cambiar las cobijas de sus compañeros por las suyas, ya mojadas. Cuando lo descubrieron, negaba todo.
“Son como niños, pero con más años”, afirmó Dioselina, quien aprendió a convivir con las ocurrencias y rutinas de sus abuelos con paciencia y humor.
Un refugio que nació entre guaduas y cocinas al aire libre
El hogar comenzó como un rancho de guadua. No tenía alcantarillado, ni paredes sólidas, y la cocina se hacía con leña, muchas veces al borde del río Cauca.
Las primeras mejoras llegaron gracias a la ayuda de personas que vio en redes sociales o que se enteraron por el voz a voz. “No sabía que las redes podían ayudar. Dios envió a alguien que publicó y la gente comenzó a llegar”, recuerda.
Hoy, aunque el hogar mejoró físicamente, sigue enfrentando limitaciones. Para volver a operar con normalidad, se requieren adecuaciones eléctricas, estructurales y sanitarias.
Dioselina también necesita alimentos, pañales, medicamentos, elementos de aseo y manos voluntarias que quieran apoyar en tareas básicas.
“Quien quiera ayudar, que venga, que mire, que vea lo que se necesita. Hay quienes juzgan por una imagen, pero aquí hay mucho por hacer”, insistió.
Para ella, cada persona que aporta es parte de la reconstrucción del hogar y de la dignidad de los abuelos que aún permanecen allí.
Sin apoyo institucional, pero con mucha fe
Hasta el momento, no recibió acompañamiento formal por parte de la administración municipal. Funcionarios visitaron el hogar, le explicaron qué debía mejorar y le dijeron que solo podrían ofrecer ayuda una vez se levante la suspensión.
Mientras tanto, la gestión es totalmente autónoma.
Dioselina mantiene actualizada su documentación legal y la Cámara de Comercio de la Fundación San Mateo. A pesar de esto, le advirtieron que no podía recibir donaciones formalmente durante el cierre.
Sin embargo, los abuelos siguen necesitando alimentación, pañales y medicinas.
Su mensaje es claro: “No todo el que se acerca viene a hacer el bien, pero si uno se detiene por miedo, nunca siembra una mata. Hay que confiar en que Dios tiene el control”.
La dirección del hogar es carrera 2D #79-68, Petecuy primera etapa. Allí espera a quienes quieran colaborar con productos o servicios.
Los abuelos como familia, los días como servicio
En este hogar, los abuelos no son solo beneficiarios, son parte de una comunidad íntima. Muchos la peinan, le hacen trenzas o le dan masajes.
“¿Para qué quiero ir al spa?”, dice entre risas. En sus palabras, hay más sentido de pertenencia que en muchas casas familiares.
Para ella, servir es una forma de vivir. “No necesito riqueza para servir. A veces me preguntan cómo voy a hacer, y yo digo que oro, y Dios me provee. Ningún guerrero abandona su batalla”, repite con fuerza.
La historia de Dioselina es la de una mujer que convirtió la pérdida personal en una causa colectiva. Es también la de una comunidad que, a pesar de las dificultades, se sostiene con fe, trabajo y solidaridad.
Hoy, la Fundación San Mateo necesita ayuda, pero sobre todo, necesita que no se olvide que sus puertas, aunque cerradas legalmente, siguen abiertas desde el corazón.