Cali, noviembre 27 de 2024. Actualizado: miércoles, noviembre 27, 2024 19:37

Uno de los mayores patrimonios naturales de Colombia

La selva tropical húmeda del Chocó biogeográfico vallecaucano: “la joya de las joyas”

La selva tropical húmeda del Chocó biogeográfico vallecaucano: “la joya de las joyas”
Foto: CVC
miércoles 27 de noviembre, 2024

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Pedro Luis Barco Díaz, “Caronte”.

Cali es Cali, pero lo demás no es loma.

Somos un departamento tropical, costeño, selvático, montañoso y montañero, con una porción plana tan pequeña, que no alcanza a cubrir más del 18% de nuestro territorio.

Era irrefutable que la belleza y la biodiversidad del valle del río Cauca con sus 300.000 hectáreas, no tenían nada que envidiarle al paraíso terrenal.

Tanto así que, a mediados del siglo XIX, Jorge Isaacs describió estos parajes de manera ensoñadora: “El río Cauca, abriendo su cauce entre montañas cubiertas de vegetación, ofrece a la vista unas veces la espuma de sus saltos, y otras la calma de sus corrientes profundas, en las cuales se retratan las cumbres de los Andes”.

Debemos admitirlo, aunque nos duela: hoy en día, somos un paraíso desfallecido y monocromático por el monocultivo de la caña.

Las ciudades y los pueblos, como plagas, avasallan el plan y ascienden por ambas cordilleras, tragándose la zona rural y rechazando la ineludible redensificación.

Al otro lado de la cordillera occidental, en la vertiente del Pacífico vallecaucano, la selva del Chocó Biogeográfico resiste -a duras penas- la arremetida feroz de la deforestación.

Ahora, se encuentra “maltrecha en Panamá, desgastada en Colombia, aniquilada en el Ecuador y muy reducida en el Perú”.

Es nuestro verdadero y mas poderoso patrimonio, la joya de las joyas.

Un territorio que conserva gran parte de su riqueza ambiental original, una región de interés climático global.

El famoso naturalista Edward Osborne Wilson advirtió a fines del siglo pasado: “destruir la selva del Chocó para obtener ganancias económicas es como quemar un cuadro renacentista para cocinar una comida”. ¡Quedamos advertidos!

Buenaventura, o “Tura” o “Turín Turán”, tal como la popularizó Junior Jein, es la verdadera “Capital del Pacífico Colombiano” y también la “Capital Mundial de las Ballenas Jorobadas”.

Buenaventura y Tumaco las dos ciudades mejor situadas de Colombia, desde un punto de vista geoestratégico, se alzan como las únicas puertas de entrada y salida hacia la cuenca del Pacífico, la mega-región de mayor dinamismo en la economía mundial.

Es hacia el Pacífico que deben mirar Cali, el Valle del Cauca y Colombia.

Buenaventura, representa el 30% del territorio del Valle del Cauca y es decimoctavo municipio en población del país.

Es el quinto municipio en población rural de Colombia y alberga a más de 75.000 personas en su selva.

Este vasto municipio, segundo en extensión territorial, podría contener 11 veces a Santiago de Cali.

Aquí, el español se entrelaza con las lenguas de las comunidades indígenas nasa, Wounaan, inga, Sia y emberá chamí.

Estos indígenas y afrodescendientes de la selva porteña son los verdaderos guardianes de la biodiversidad.

Según el PGAR 2015-2036 de la CVC , el conflicto por el suelo, en la zona Pacífico vallecaucana abarca al menos 181.7 mil hectáreas, el 18.2%, y su acrecentamiento sería catastrófico.

La tala de árboles sigue implacable, y como lo asegura el científico brasilero Antonio Donato Nobre, las selvas contiguas al mar, cuando se degradan, no se transforman en pastos, sino en desiertos.

La empresa pública Vallecaucana de Aguas S.A. E.S.P., a través de la encuesta SIASAR, identificó a 236 comunidades rurales en Buenaventura.

De estas, solo dos tienen acueductos rurales y 49 abastos, todos en mal estado y con un IRCA entre alto e inviable.

Las 184 comunidades restantes dependen del agua lluvia y son vulnerables a diversas enfermedades.

Estas comunidades carecen de escuelas, puestos de salud y espacios de recreación.

Queman sus residuos y no tienen alcantarillado.

El servicio de energía es limitado y costoso, con plantas de ACPM funcionando pocas horas por noche.

No hay alumbrado público ni internet adecuado. La falta de transporte dificulta la evacuación de enfermos y los nacimientos son asistidos por parteras y curanderos.

Pese a todo, las comunidades indígenas y afrodescendientes de la costa pacífica de Colombia tienen una relación profunda y respetuosa con la naturaleza y la selva, basada en siglos de convivencia y armonía con su entorno.

Para ellas, la naturaleza no es solo un recurso, sino una parte integral de su identidad, cultura y espiritualidad.

La labor de los gobernantes en la post-COP debe enfocarse en la restauración de hábitats, la compensación económicamente a estos auténticos guardianes de la selva, y en abordar las inequidades históricas.

Es esencial el uso de energías verdes como la solar y eólica, para satisfacer las necesidades energéticas de los guardianes sin dañar el entorno.

El retorno es ampliamente favorable para el país, pues las selvas producen los dos elementos esenciales para la vida: el oxígeno y el agua.

Eso es posible solo si los gobiernos nacional, regional y local, unen esfuerzos en un ambicioso programa, con el apoyo financiero de la comunidad internacional.

No podemos, como decía E.O. Wilson, permitir que, por un pinche puñado de dólares, se destruya la selva más biodiversa de toda la Vía Láctea.

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