Cali, agosto 1 de 2025. Actualizado: jueves, julio 31, 2025 22:31
Ensayo sobre la lucidez
José Saramago, premio nobel de literatura, portugués, escribió una novela que narra como en una ciudad sin nombre la mayoría de sus ciudadanos deciden votar en blanco en unas elecciones municipales y ratificarlo en lo que diríamos era la segunda convocatoria a elecciones. Esto produce la reacción de los dueños del poder y la oposición con especulaciones del orden de una conspiración internacional y deciden inventarse la forma de ubicar los culpables, imputarles ese atentado contra la democracia y generar un teatro de operaciones donde queden señalados como unos terroristas. Lo curioso es que su comportamiento se parece mucho a algunos fanáticos del poder que recorrer la ´política de estos países con las imperfectas democracias que nos rigen. La trama comienza con tratar de encuadrar la voluntad de los electores de votar en blanco como un acto conspirativo y luego lograr demostrar que todos los ciudadanos estaban vinculados a esa conspiración en forma secreta, de forma tal que la conclusión es que se debe cortar de raíz ese atentado a la democracia y se diseñan estrategias en cada ministerio del gobierno nacional, el de defensa como un teatro de guerra, el de gobierno mediante la expedición de decretos y leyes que corten este comportamiento e incluso el presidente pretende imponerse con su liderazgo como si fuese un padre de familia que reprende sus hijos descarriados. La magia de Saramago es generar en medio de esta ficción una preocupante moraleja de nuestros comportamientos políticos y cómo evolucionan negativamente los liderazgos autoritarios, las pantomimas de poder que tratan de mostrar serenidad ante una realidad inatajable y de otro lado unos electores que decidieron votar hastiados de la politiquería bajo el criterio de “no hay por quién votar” y punto.
En Nicaragua tal vez la novela de Saramago se hubiera hecho realidad, magia que aterriza en el mundo real, si no fuera porque la gente tomó otra decisión, pero muy parecida. Se ocultó en sus casas en día de elecciones, su abstención era otra forma de decir que no había por quién votar y aún más que no estaban de acuerdo con esa dictadura de uniforme revolucionario pero disfrazado de democracia. Pero fue una actitud prudente que le evitaba ser fichado, encarcelado o sancionado administrativamente, borrado civilmente. De hecho, la abstención fue del ochenta por ciento. Ahora como en la obra del genial nobel, canario de corazón, los dueños del poder deben estar buscando los conspiradores que le ordenaron a la gente encerrarse en sus casas y avergonzar ante el mundo al dictador disfrazado de demócrata.
La ficción y la realidad no son líneas paralelas, a veces se entrecruzan sacándole chispas a nuestra interpretación del mundo. Por eso me pregunto si ante el comportamiento de algunos de nuestros gobernantes y candidatos seremos capaces de sacar la bandera blanca del silencio activo o el cerrojo de la puerta de las casas que marcan la protesta ante los impostores de la democracia.