Entrenar la felicidad

Vivimos en un país emocionalmente agotado. Gritamos, atacamos, desconfiamos. En días recientes, en una conferencia sobre felicidad, escuché a Santiago Vásquez, director del centro de liderazgo del Instituto Tecnológico de Monterrey, decir que: la felicidad se aprende, también se entrena.

Colombia necesita un nuevo tipo de fortaleza. No la que agrede, sino la que comprende. No la que domina, sino la que transforma.

En la campaña Vivir sin miedo, hemos puesto el foco en cómo el lenguaje del poder moldea nuestro trato cotidiano. Pero hay otra cara de esa moneda: también podemos entrenarnos para responder distinto.

Podemos cambiar la conversación, desde adentro.

La inteligencia emocional no es autoayuda. Es estrategia social. Nos permite actuar con coraje en lugar de reaccionar con rabia. Nos da herramientas para construir sin destruir.

Para disentir sin dividir. Para consolidar procesos sociales que no dependan del escándalo ni del agravio, sino de vínculos más sanos y sostenibles.

Trabajar en la conciencia emocional no es ingenuidad. Es resistencia profunda.

Es dotarnos, como sociedad, de recursos para no caer en las trampas emocionales que impiden el diálogo y sabotean la acción colectiva. Es construir una democracia emocionalmente adulta.

Desde la serie Así nos tratamos queremos insistir: no basta con cambiar de líderes si no cambiamos el nivel de conciencia.

Si queremos un país mejor, más justo y menos violento, necesitamos ciudadanos emocionalmente fuertes, empáticos, valientes.

Entrenar la felicidad es formar ciudadanía. Es sembrar futuro.

Entrenar la felicidad es asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos: elegir palabras que unan, gestos que cuiden y actitudes que eleven.

No esperemos a que el país cambie para tratarnos mejor; tratémonos mejor para que el país pueda cambiar.

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