Cali, agosto 13 de 2025. Actualizado: miércoles, agosto 13, 2025 20:16

Wilson Ruiz columnista

La coartada agraria de Petro para quedarse en el poder

Wilson Ruiz

Gustavo Petro ya está en campaña. No lo dice abiertamente porque sería admitir su ambición reeleccionista, pero cada vez que repite su nuevo eslogan, “hay que reelegir la reforma agraria”, deja al descubierto su estrategia, convertir el campo en la excusa perfecta para quedarse en el poder.

Lo hace con una fórmula que el populismo latinoamericano conoce de memoria, apelar a una causa noble, empaquetarla en un discurso emocional y usarla como coartada para justificar la continuidad.

El problema es que su bandera está hecha de humo. Tres años después de prometer una “revolución del campo”, las cifras muestran un panorama opuesto al que vendió en campaña.

El sector rural no ha visto un salto productivo ni en café, ni en cacao, ni en palma, ni en ganadería. Por el contrario, el único renglón que crece con fuerza es el de los cultivos ilícitos.

Colombia hoy nada en coca, y no en prosperidad. El problema ha escalado tanto que Estados Unidos evalúa la posibilidad de descertificarnos como socio en la lucha antidrogas.

El presidente que prometió reemplazar la economía ilegal por un agro próspero y moderno ha terminado fortaleciendo la primera y debilitando el segundo.

Y lo más grave es que lo sabe. Lo que no dice es que su “entrega de tierras” ha sido más un acto simbólico que una verdadera transformación rural.

Los campesinos que reciben títulos de propiedad, en su mayoría, no tienen crédito, asistencia técnica, maquinaria, vías terciarias ni acceso garantizado a mercados.

Sin esas condiciones, la tierra no es un motor de desarrollo, es una carga que empuja a muchos a volver a los cultivos ilícitos.

La pregunta entonces es inevitable: si en tres años no pudo cumplir, ¿por qué deberíamos creer que lo hará en otros cuatro? Su respuesta o mejor, su coartada es culpar a terceros, las reformas tributarias que no pasaron, el Congreso que no aprobó sus proyectos, el empresariado que no se sumó a sus planes, los “enemigos del cambio” que supuestamente bloquean todo.

Es el libreto clásico del caudillo que nunca se equivoca, siempre hay un culpable externo para justificar su inacción o su fracaso.

Pero el telón de fondo es otro. Lo que Petro está haciendo es construir, poco a poco, un relato que lo presente como indispensable.

No es una idea nueva, todos los líderes populistas que han intentado perpetuarse han usado la misma fórmula. Hugo Chávez habló de “profundizar la revolución”, Evo Morales de “continuar el proceso de cambio”, Rafael Correa de “consolidar la revolución ciudadana”. Petro habla de “reelegir la reforma agraria”.

Es el mismo molde, con otro nombre.

El peligro de esta narrativa es que distorsiona el debate público. En lugar de hablar de resultados concretos, se instala la idea de que “no es suficiente tiempo” y que “todo lo que falta” requiere la continuidad del líder.

Es una trampa emocional que funciona porque apela a una promesa incumplida, pero empaquetada como esperanza.

El campo colombiano, sin embargo, no puede seguir siendo rehén de la política.

Necesita soluciones reales, inversión masiva en vías terciarias para conectar la producción con los mercados; créditos blandos para que los pequeños productores puedan invertir; programas de asistencia técnica que permitan diversificar cultivos y aumentar la productividad; seguridad rural para que las economías legales puedan desarrollarse sin miedo a la extorsión o al desplazamiento forzado; y acceso a tecnología para competir en un mercado global.

Nada de eso se logra con discursos de plaza ni con repartos simbólicos de tierra.

Si Petro tuviera resultados tangibles, no necesitaría pedir más tiempo, los hechos hablarían por él.

Pero su problema es que, a mitad de su mandato, las promesas se han desinflado y los logros brillan por su ausencia. De ahí que la reelección disfrazada sea su tabla de salvación política.

En 2026, los colombianos tendremos que decidir si nos dejamos arrastrar por un discurso que apela a la esperanza pero esconde la ambición personal, o si optamos por un liderazgo capaz de diseñar y ejecutar un plan serio de desarrollo rural.

No podemos permitir que el fracaso se convierta en excusa para el continuismo. El campo merece futuro, no ser utilizado como trampolín para un caudillo que se resiste a soltar el poder.

Petro quiere que compremos la idea de que “reelegir la reforma agraria” es reelegir la justicia social. Pero la verdad, a estas alturas, es imposible ocultar lo que busca es reelegirse a sí mismo.

Y ese, para Colombia, no es un camino, es un abismo.

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miércoles 13 de agosto, 2025
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