Cali, agosto 7 de 2025. Actualizado: miércoles, agosto 6, 2025 23:46
La evolución del desagradecido
Es increíble ver cómo los animalitos reconocen el bien que reciben, y sobre todo, cómo lo agradecen. Me atrevería a concluir que sobran las palabras cuando de gratitud se trata.
El burro y el buey —los “seres irracionales”, como los llama la Novena Navideña— brindan calor al recién nacido.
El león, al reconocer al hombre que le extrajo una espina de la garra, no solo no lo ataca, sino que lo saluda con veneración en el coliseo, ante una multitud sedienta de sangre.
O el perro, que nunca deja de batir la cola a la mano que le da de comer.
Tres ejemplos que demuestran que la gratitud no es una virtud sofisticada ni propiedad exclusiva de quienes han conquistado el espacio, liberado el átomo y compuesto sinfonías. Incluso podría decirse que, a medida que los hijos de Adán se hacen más civilizados, más interconectados, más racionales… menos agradecidos se tornan.
¿Será que la gratitud se nos va desprendiendo del alma en la medida en que ascendemos la escalera del ego?
La gratitud es un lenguaje silencioso del alma. Quizás por eso los animales la practican mejor. No dan discursos ni escriben WhatsApps con caritas felices mientras por dentro maldicen.
Ellos agradecen con su presencia, con gestos, con calma. Y eso, en este mundo estrepitoso, ya es mucho.
Hoy que abundan los ingratos profesionales, esos que solo aparecen cuando necesitan algo, vale la pena preguntarse:
¿cuándo fue la última vez que dimos las gracias con el corazón, y no con los dedos?
La gratitud no es cosa de modales, sino de memoria… y quizás de humildad.