Cali, mayo 9 de 2025. Actualizado: jueves, mayo 8, 2025 23:18
La tatalabuela china de mistel Tlump
Estados Unidos ha sido el principal abanderado del neoliberalismo desde que Milton Friedman y la Escuela de Chicago popularizaron esa teoría económica a nivel global.
Podría decirse que el neoliberalismo es tan gringo como el pastel de manzana o las costillas a la barbacoa. Su esencia radica en la promoción del libre mercado y la reducción de la intervención estatal.
Por supuesto, sus raíces conceptuales están profundamente conectadas con el liberalismo económico clásico, desarrollado por pensadores británicos como Adan Smith y David Ricardo.
A través de organismos financieros internacionales, se incentivó la implementación de políticas como la privatización de empresas estatales, la liberalización del comercio y la reducción del gasto público.
Estas medidas fueron adoptadas por muchos países en desarrollo, especialmente porque eran condiciones obligatorias para acceder a financiamiento y asistencia económica.
Hasta hace pocos días, Estados Unidos, era sinónimo de capitalismo salvaje.
China, por otro lado, durante siglos fue el bastión del proteccionismo y del aislacionismo. Sus emperadores, durante la dinastía Qin (221-206 A.C) y Ming (1368-1644), ordenaron la construcción y el refuerzo de la Gran Muralla China que alcanzaba los 21.196 kilómetros.
Todo esto con el propósito de proteger al imperio de las invasiones de tribus nómadas del norte y de cobrar impuestos a quienes llevaban mercancías a China.
Sin embargo, la muralla no fue completamente infalible. Los mongoles, liderados por Genghis Khan y sus sucesores, lograron superar las defensas de la muralla en el siglo XIII, utilizando tácticas militares avanzadas y aprovechando debilidades en las fortificaciones.
En los últimos años, China ha adoptado una postura más abierta, promoviendo la globalización y consolidando la Ruta de la Seda, ganando una influencia comercial global sin precedentes. Porque, ante todo, se ha convertido en una máquina manufacturera inigualable.
Donald Trump, a primera vista, es un caucásico rubicundo y corpulento, con espalda ancha, como suelen admirar los gringos.
Sus raíces étnicas combinan la ascendencia alemana de su padre Fred y la escocesa de su madre Anne Macleod.
En cuanto a su temperamento, es narcisista, impulsivo, confrontativo, autoritario e incluso despótico.
Un hombre que requiere constante adulación para mantener a raya los agrios de su bilis. Su estilo se caracteriza por un lenguaje sencillo y mensajes contundentes.
Siempre ha sido un antiglobalista, primacista y negacionista climático en constante controversia con el mundo científico.
Pero, ¿quién lo diría? muy en el fondo guarda cierta similitud con el emperador chino Qin Shi Huang, el arquitecto de la Gran Muralla. Esto lleva a preguntarse: ¿habrá tenido Trump una tatarabuela China?
El emperador Qin Shi Huang, conocido como El Unificador, era un hombre de “corazón oscuro” un auténtico déspota que creía en un gobierno fuerte y exigía obediencia absoluta.
Paranoico por los constantes intentos de asesinato, ordenó la quema de libros históricos y enterró vivos a 460 eruditos y científicos de su época.
Por su parte, durante su primera presidencia, Trump se enfocó en su política de “tolerancia cero” hacia la inmigración ilegal.
Por ello, concentró sus esfuerzos en construir un muro en la frontera con México para frenar la migración indocumentada proveniente de México, Latinoamérica y otras partes del mundo.
Este “dragón de la tierra” ha alcanzado a serpentear en solo 480 de los 3.145 kilómetros previstos. No obstante, en el mundo occidental, Trump se consolidó, y de lejos, como el gran constructor de barreras, fortalezas y cercas aislacionistas, superando incluso a los alemanes orientales del Muro de Berlín.
En su segunda presidencia, en menos de tres meses, ha puesto el mundo patas arriba al promover una guerra comercial con una orgía de aranceles sin precedentes en la historia económica, mandando al carajo al mundo librecambista global.
Aunque Qin Shi Huang implementó políticas estrictas para facilitar el comercio interno y reducir dependencia de influencias externas, Trump ha llevado el enfoque proteccionista al extremo del extremo.
La combinación de barreras físicas, como muros, con medidas económicas, como aranceles, tiene ecos de estrategias autárquicas y recesivas, similares a las del antiguo imperio chino.
Aunque, paradójicamente, también quiere aumentar su imperio mediante la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá y la retoma del Canal de Panamá.
Las sanciones económicas y las restricciones comerciales impuestas por Trump desde la primera presidencia, llevaron a que China y Rusia, ancestrales enemigos, buscaran fortalecer sus lazos económicos y estratégicos como una forma de contrarrestar la presión estadounidense. ¿se unirá el resto del mundo tras ellos?
Todas estas medidas, tras declarar la emergencia, han sido tomadas a punta de decretos: el autoritarismo en su máximo nivel.
No un presidente, sino un monarca, o mejor, un emperador, al mejor estilo de Qin Shi Huang.
Perdonen el mandarín chiviado: Después de la declalatolia de esta guela comelcial, Tlump, el neoploteccionista se nota exaspelado, colélico, desafiante; mientlas el plesidente chino Xi Jinping, el neoliblecambista, luce tlanquilo disciplinado y conciliadol. ¡Ya el dlagón no necesita de honolables mulallas!