Cali, marzo 13 de 2025. Actualizado: miércoles, marzo 12, 2025 23:43
Por un ejercicio del derecho más allá de la ley
Se cree que la justicia cojea, pero llega.
Se dice que la justicia es ciega, porque decide sin mirar a quiénes impacta.
Se piensa que el ejercicio del derecho es la más precisa aplicación de la justicia.
Y se nos ha vendido la idea de que la ley es la mejor expresión de la justicia.
Todas estas son afirmaciones comunes, que generalmente asumimos como verdaderas, bajo el deseo que sea así y el supuesto de que la justicia es un estado ideal de convivencia, como producto del libre, respetuoso y armónico ejercicio de los derechos y los deberes.
Ojalá lo fuera, pero el diario vivir de nuestra sociedad nos da ejemplos que ponen en duda nuestra confianza y credibilidad en la justicia: Bajo el paraguas de la justicia, se perdonan o aplican insignificantes condenas a confesos criminales; se envía a la cárcel por poco tiempo a ladrones de cuello blanco que a los pocos años salen a disfrutar el dinero robado, y pagan muchos años tras las rejas personas comprobadamente inocentes que no pudieron demostrarlo ante pruebas falsas que terceros crearon; mientras que muchos pobres pagan condenas por robar una ración de comida, entre otros muchos lamentables casos.
Y no es una situación nueva.
Ponerse de acuerdo en qué es justicia y cómo impartirla debidamente ha sido un debate legal, ético y moral, a lo largo de la historia.
¿Fue, acaso, justa la forma como las civilizaciones precolombinas resolvían sus controversias; como los emperadores romanos y reyes medievales distribuyeron tierras; como Cristo habría impedido que lapidaran a María Magdalena por adúltera o perdonó a los ladrones que le acompañaron en la crucifixión; como, en la célebre obra de William Shakespeare, “el Mercader de Venecia”, para buscar justicia, un prestamista judío exigió, en compensación, un libra de carne del cuerpo del deudor; o, en nuestro país, como se entrega dinero del Estado a jóvenes que delinquieron para que no lo repitan, o se condena a cinco años de prisión a una mujer, popular en redes sociales, por haber destruido una estación del Transmilenio?.
Los consensos son imposibles.
Muchos serán los argumentos de conveniencia, pasión, intereses y teorías (muy bien argumentadas) a favor y en contra de estas decisiones, arropadas como Justicia, y que según el contexto de la época adquieren lecturas diferentes.
Recordemos que la esclavitud, el apartheid, la discriminación contra las mujeres y el rechazo a identidades sexuales diferentes a las propiamente masculina y femenina eran consideradas conductas moral y legalmente aceptables y, por ende, supuestamente justas.
No hay una solución única y categórica.
Pero sí hay un camino, que tuve la fortuna de debatir con muy prestigiosos académicos y togados de la rama jurisdiccional, a propósito del lanzamiento de la maestría en derecho de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD: superar el equívoco concepto de que el derecho es justicia.
Porque el derecho es la aplicación de las normas, y no siempre las normas son justas.
Son humanas, terrenales, incompletas y con errores de aplicación.
Quien presume que el derecho es justicia falla en su raciocinio.
La justicia no nace con la ley porque la trasciende.
Surge de la conducta correcta, del reconocimiento de méritos y la asignación de compensaciones y cargas, y de la conciencia que nos dice lo que está bien y mal.
Las leyes deben ser una aproximación para dirimir conflictos de compleja interpretación.
Pero el día a día, la interacción entre todos, el pedir y exigir y dar a cada cual lo que, por sus méritos o necesidades, debería recibir, debe fundamentarse en el respeto y la conciencia, más que en códigos y decálogos.
Quienes estudien y ejerzan el derecho deben considerar, más allá de la ley, la real intencionalidad, la humanidad, el ejemplo y la paz social.
Y esto debe surgir en el seno de las familias, el ejemplo y los espacios personales y colectivos de reflexión.
Los jueces deben ayudar a orientar a la sociedad, más que a condenarla sin aprendizaje.
Las normas se deben estudiar, y actualizar, pero la sindéresis o aquella discreción o capacidad natural para juzgar rectamente, es lo que debemos cultivar y promover entre todos.